En enero de 2022, un aluvión en Quito dejó 28 personas fallecidas, 48 heridos y 12 desaparecidos. En la misma ciudad, 14 años atrás se formó un cráter de unos 70 metros de diámetro en una importante vía. En la provincia del Azuay, 29 años antes un deslizamiento de tierra y el taponamiento de un río ocasionó 150 muertos y 7.000 damnificados, desastres que nos han marcado como país.

Estos son solo ejemplos de las catástrofes que ha vivido Ecuador y que nos muestran la fuerza de la naturaleza. Entonces, cabe la pregunta:, ¿la naturaleza causa estos desastres? Nuestra experta, la arquitecta Myriam Jácome, coordinadora de la Ingeniería en Planificación Urbana y Territorial de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), nos responde.

¿Los desastres son naturales?

Los desastres naturales no son en sí naturales. El término se ha venido acuñando porque se relaciona mucho a los efectos adversos que vivimos.

Por años, hemos buscado al culpable de las catástrofes que nos golpean, atribuyendo la responsabilidad total a la naturaleza. Sin embargo, esto es conceptualmente erróneo.

Por ejemplo, la erupción de un volcán en una isla desértica, al no haber asentamientos humanos, es un evento natural. Pero, si erupciona un volcán en una ciudad, es un desastre porque se ven los efectos adversos sobre la población. Por lo tanto, ahí existe el desastre, pero no es un desastre natural, sino social.

Es importante entender la terminología internacional respecto a la reducción de riesgos de desastres. Hay varias iniciativas, una de esas es el uso de la terminología para la reducción de riesgos de desastres. Esta tiene un marco conceptual y su intención es que sea la misma a nivel mundial. ¿A qué me refiero con esto? Por mucho tiempo, hablábamos de desastre, de vulnerabilidad, de amenaza, de peligro y cada quien daba una definición que acuñaba algo distinto.

En Ecuador, no distinguimos la amenaza, del riesgo y del desastre. Para nosotros, todos estos términos significan exactamente lo mismo. Al desconocer la diferencia conceptual, el efecto es catastrófico para el país, pues quienes toman las decisiones lo hacen incorrectamente.

¿Cuál es la diferencia entre amenaza, riesgo y desastre?

Es importante entender qué tipos de amenazas tenemos. Así, existen amenazas de origen natural, por ejemplo, los sismos, las erupciones volcánicas y los sunamis.

Mientras tanto, el aumento de precipitaciones, el desbordamiento de los ríos tiene una connotación socio-natural. Significa que nosotros por la contaminación y el uso excesivo de los recursos, hemos creado un estrés sobre la naturaleza. Además, hemos alterado los ciclos de la naturaleza. Un ejemplo claro de esto es el cambio climático.

Finalmente, el riesgo es una probabilidad de que algo pase y el desastre es cuando ocurre el evento ya sea de origen natural, antropogénico o socio-natural.

Esta confusión de términos hace que no tengamos consciencia de nuestras acciones y pasemos la responsabilidad completa a la naturaleza.

Así, catástrofes que hemos vivido en los últimos años, han sido catalogadas como desastres naturales. Tal es el caso del socavón de El Trébol y los aluviones de La Gasca y de El Pinar. Esos, claramente, no eran desastres naturales, fueron intervenciones humanas sobre los ciclos naturales que no debieron producirse.

En ese sentido, los desastres no son naturales. Las amenazas pueden ser de origen natural como una erupción volcánica o un sismo, pero el desastre es social, porque el efecto es sobre las personas.

Desastre provocado por el invierno en la provincia de Cotopaxi en enero de 2022.

¿Qué debemos hacer para evitar el desastre?

Debemos planificar las ciudades. Si se planifica una ciudad analizando las amenazas, se calcula el nivel de riesgo. De esta forma, se tiene una aproximación de la catástrofe que ocurrirá.

Además, es importante determinar las zonas amenazadas, cuál es susceptible de deslizamientos de tierras y su cercanía a los lahares de los volcanes, por ejemplo.

Por eso es fundamental entender como sociedad que vivimos en un país que es multiamenaza. Al vivir en el cinturón de fuego, estamos expuestos a sismos, terremotos, erupciones volcánicas y a otros factores. Sin embargo, como sociedad no estamos conscientes de las amenazas que existen en Ecuador.

Desde la academia y los organismos gubernamentales, sabemos de memoria sobre el lahar del Cotopaxi, lo estudiamos y lo monitoreamos constantemente. Todo eso está bien porque nos alerta.

Pero, ¿qué acciones reales estamos tomando? ¿Hemos hecho algo por relocalizar a la gente que vive en las zonas de amenaza? ¿Qué acciones estamos haciendo debido a las condiciones de vulnerabilidad de la gente de esa zona? ¿Qué acciones hemos tomado para que ellos tengan la capacidad de reponerse ante un efecto adverso? La respuesta es la misma: nada o ninguna.

Entonces, reitero, lo que he dicho desde el principio los desastres no son naturales, sino son sociales. Estos reflejan una y otra vez la falta de planificación, conocimiento y comunicación.

¿Cómo debería ser una ciudad ideal?

La ciudad ideal es la ciudad justa, segura, sana, accesible, asequible, resiliente y sostenible. Lamentablemente, hoy enfrentamos un proceso que es muy complejo, ya que estamos la peor época del cambio climático.

Según el último informe del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) es indiscutible que los seres humanos hemos contribuido a la afectación de los ciclos de la naturaleza. Entonces, ya no es cuestión solamente del uso sostenible de los recursos, si no de efectos adversos que son inminentes. Por eso, lo que debemos hacer es apostar por una planificación que tenga un origen de adaptación.

¿A qué nos referimos con esto?

Hay dos líneas al tratar el tema de gestión de riesgo, entender los procesos de mitigación y los procesos de adaptación.

La mitigación, por ejemplo, hacia el cambio climático está enfocada en reducir los gases de efecto invernadero. Mientras que la mitigación enfocada en las amenazas de origen natural trata de reducir los efectos de esas amenazas.

Para esto, se necesita tener una planificación de origen preventivo. Sin embargo, no es solamente planificar. Se debe enfocar en todo el sistema de cómo nos educamos, cómo nos formamos, cómo tenemos conciencia del contexto en el que vivimos.

Es decir, que no nos pase lo que se vivió en Portoviejo, que tiene también una connotación bastante dura para nuestro país. Tuvimos que esperar a que pase el desastre para que Portoviejo sea un referente de planificación.

¿Cómo se apoya desde la academia y específicamente desde la PUCE?

La educación es fundamental y no me refiero solamente a los niveles de grado. Esto debe ser desde los niveles escolares. Sin embargo, como PUCE hemos dado un paso enorme y seremos pioneros en formar profesionales en planificación. Como institución de educación superior, estamos abordando y pagando parte de esa deuda histórica.

Esto en gran parte es lo que originó y motivó la nueva carrera de Ingeniería en Planificación Urbana y Territorial.

Así, esta carrera tiene una especialización que se llama Resiliencia y Cambio climático. Así esperamos que los planificadores urbanos entiendan qué es resiliencia, qué es adaptación, qué es mitigación y así, comprendan el cambio climático.

Otros aspectos de esta carrera es el trabajo en territorio y su conocimiento, así como la relación con la naturaleza. Estos escenarios que han sido desconocidos por mucho tiempo. Entender el valor de la naturaleza es fundamental. La naturaleza nos da servicios, nos da alimento, nos da medicina, entre cientos de cosas más.

El no entender cómo funciona la naturaleza en las ciudades, nos regresa a lo que decía al inicio, culpamos a la naturaleza y decimos que los desastres son naturales. Eso es desconocer totalmente la responsabilidad que tenemos. 

Arquitecta Myriam Jácome, coordinadora de Ingeniería Planificación Urbana y Territorial.

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