En los últimos cinco años, en Ecuador, se han registrado dos protestas significativas que han sido nombradas como levantamientos indígenasEl primero tuvo lugar en octubre de 2019, mientras que el segundo se desarrolló en junio de 2022.

Estos episodios estuvieron marcados por demandas sociales y actos violentos protagonizados por diversos actores involucrados.  La Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) no ha sido ajena a estas circunstancias, que han sacudido al país. Para comprender el rol de la universidad, se abrió un diálogo con el doctor Fernando Ponce León, S.J., rector de la PUCE. Esta entrevista se basa en un podcast realizado por el Mtr. Carlos Flores del Instituto Regional para el Estudio y la Práctica de la Acción No Violenta Estratégica en las Américas .

En octubre de 2019, la situación fue totalmente inédita para la PUCE. No así para otras universidades, que ya habían enfrentado situaciones similares en la década de 1990. Una universidad vecina, dirigida por los salesianos, había acogido a grupos indígenas en aquel entonces. Ante el retorno de esta situación en 2019, nos cuestionamos cómo responder, considerando nuestra relación previa con estas comunidades indígenas. Ya las conocíamos y, en esa ocasión, solicitaron acogida con un razonamiento lógico: «Si nos reciben cuando vamos, necesitamos ser recibidos ahora que venimos a Quito».

Teníamos tres formas de apoyo para ofrecerles: acogida humanitaria, servicios como atención médica y psicológica y mediación. En octubre de 2019, brindamos estos tres tipos de asistencia, recibiendo tanto elogios como críticas.

En junio de 2022, la situación cambió debido a dos factores principales. Primero, hubo una reconfiguración física del entorno, con la Policía entrando al parque El Arbolito, un espacio que antes ocupaban los indígenas. Lo que nos colocó en una zona de conflicto intermedio en comparación con nuestra posición anteriormente segura. Consideramos ofrecer ayuda nuevamente, pero solo pudimos brindar asistencia médica y mediación; ahora estábamos más expuestos, en una zona de confrontación física.

La segunda razón fue que creíamos que podríamos contribuir más a la mediación.  Esto era posible situándonos de manera equidistante, no neutra, entre las fuerzas en conflicto, manteniendo una postura comprometida pero imparcial.

Los motivos de la protesta fueron totalmente válidos. Las comunidades indígenas, las organizaciones y los campesinos reclaman un mayor reconocimiento del Estado. Esto no solo en términos de condiciones de vida, sino también en el reconocimiento de la interculturalidad del país. Sin embargo, existen ciertas formas de protesta que no consideramos las más adecuadas. Por ejemplo, el cierre de carreteras y algunos excesos en las manifestaciones. Estas acciones más violentas y poco dialogantes no coinciden con nuestra postura.

Nosotros tenemos una sólida trayectoria en proyectos de vinculación social. En Ecuador, la relación entre la sociedad y la universidad es fundamental. Durante muchos años, hemos respaldado proyectos locales en la provincia de Cotopaxi, conservando una estrecha relación, y con organizaciones de la provincia de Tungurahua. Esta colaboración ha permitido desarrollar un profundo entendimiento mutuo y una visión compartida de la sociedad. A lo largo del tiempo, hemos cultivado y fortalecido la confianza entre ambas partes.

Es posible que, en junio de 2022, no se entendiera completamente por qué no podíamos brindar acogida. No obstante, confiamos en que nuestra participación en la mediación posterior haya contribuido a restaurar esa confianza.

La primera cosa que me viene al espíritu es el concepto de «ir y ver». En esos días, aquí en la universidad, especialmente en octubre de 2019, tuvimos varias visitas importantes. Además de los docentes, recibimos a Mons. Alfredo José Espinoza Mateus SDB, arzobispo de Quito. Él visitó nuestra universidad, que estaba funcionando como albergue y también la Universidad Politécnica Salesiana, que estaba al lado, para luego compartir sus observaciones.

También, recibimos a un embajador de la República Francesa, los Bomberos de Quito, la Cruz Roja, el Ministerio de Inclusión Económica y Social, el Ministerio de Salud, Unicef, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), entre varias organizaciones más. Esta experiencia les permitió obtener una visión más completa de la situación.

Entonces, lo primero es no dejarnos llevar por prejuicios, sino experimentar la situación directamente antes de emitir opiniones. El segundo elemento que facilitó la comprensión fue el papel de las radios y los medios de comunicación populares y comunitarios. Vinieron a observar, a realizar entrevistas y, de alguna manera, a equilibrar la influencia de los medios hegemónicos.

También fue notable el gesto de los vecinos del barrio La Floresta, quienes venían por la noche a dejar comida. Ellos presenciaron cómo, dentro del albergue, había campesinos, indígenas, mestizos, con sus familias: niños, mujeres, ancianos. No solo jóvenes venían a protestar, sino familias enteras.

La violencia fue evidente de ambas partes; inicialmente, del lado de los manifestantes. Es importante no descartar, aunque los medios hegemónicos tiendan a hacerlo, la presencia de infiltrados. Recuerdo claramente un incidente en octubre de 2019, cuando detecté a un individuo que resultó ser policía, aunque se presentaba como manifestante con gorra, mochila y bandera. Al confrontarlo, le dije: ¡Tú eres policía! Y lo reconoció, me dijo: “Sí, soy el policía”. 

Hubo infiltrados tanto de la Policía como de grupos violentos, además de algunos abusos por parte de ciertos manifestantes. Por supuesto, las fuerzas del orden también cometieron excesos y recurrieron a la represión. Sin embargo, junto con estos eventos, también presenciamos acciones noviolentas. En, al menos, dos ocasiones, algunas autoridades de la PUCE y yo mismo intervenimos directamente.

Foto: estudiantes de la Facultad de Medicina PUCE.

Recuerdo cuando nos interpusimos entre manifestantes y policías para evitar la quema de un vehículo policial. En otra, evitamos un enfrentamiento entre 92 agentes y, aproximadamente, 300 manifestantes. Estudiantes de la Facultad de Medicina formaron una línea con mandiles y banderas blancas, colocándose en el medio de ambos grupos. Esta interposición física, aunque arriesgada, fue un acto no violento que logró detener el enfrentamiento.

En octubre de 2022, se repitió una situación similar. Estudiantes de la PUCE, con sus mandiles, se interpusieron entre la Policía y un grupo de manifestantes. Lograron, nuevamente, reducir la tensión y evitar un enfrentamiento innecesario.

Yo creo que para la PUCE fue importante. Ganamos legitimidad ante ambas fuerzas: el movimiento indígena y sus tres organizaciones y las autoridades estatales. Nos otorgaron credibilidad como una institución comprometida, no meramente observadora desde la distancia, sino activamente involucrada. Incluso, en octubre de 2019, cuando las tres universidades fuimos calificadas de terroristas por las autoridades, demostramos nuestro compromiso.

Estas acciones noviolentas, en mi opinión, demuestran dos cosas. En primer lugar, muestran nuestro interés genuino en la resolución del conflicto. Al mismo tiempo, evidencian nuestra posición equidistante, pero no neutral. Somos partidarios de las demandas de los grupos oprimidos y excluidos, lo que significa que no somos neutrales en ese sentido. Sin embargo, mantenemos una distancia que nos permite actuar como mediadores y puentes entre las partes involucradas.

En la PUCE, hemos recibido tanto a representantes de asociaciones y movimientos indígenas como a representantes del Gobierno. Recuerdo una noche en el Rectorado, donde uno de ellos ingresó por una puerta y el otro por otra, y nos reunimos los tres para dialogar.

Durante las manifestaciones, se iniciaron conversaciones porque la gente comenzó a sentir la necesidad de dialogar. Había una serie de temas complementarios en juego, como la posibilidad de una tregua. No se trataba solo de detener o no detener las protestas, sino de abordar una gama de temas complementarios. Las acciones noviolentas, al mismo tiempo, representaban una firme postura reivindicatoria. Recordemos que, a veces, los líderes contuvieron a la multitud. Estas acciones generaron credibilidad y convencieron al Gobierno de que era posible y necesario dialogar con los líderes indígenas.

Quizás, al observar desde la distancia, uno llega a comprender que los conflictos son inevitables y seguirán existiendo siempre. Es imposible eliminar por completo el conflicto; más bien, debemos aprender a convivir con él. 

La cuestión radica en cómo gestionar el conflicto de manera adecuada. Experimenté esto de forma más palpable durante el proceso de negociación en el paro de junio de 2022.

Cuando nos sentamos a negociar, nos dimos cuenta de que era imposible simplemente decir: «No peleen» como un mediador o aprendiz de mediador. Es decir, no se puede negar la existencia del conflicto ni la diversidad de intereses opuestos, pero sí podemos gestionarlo. 

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Voces de junio 2022. Ser más para servir mejor

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