¿Cuánto dura una erección? ¿Cómo se siente un orgasmo? ¿Duele la primera vez? Estas son algunas de las preguntas más frecuentes que los jóvenes universitarios hacen cuando hablan de sexualidad. Preguntas prácticas, directas, cargadas de incertidumbre pero que rara vez encuentran respuesta en el aula, en casa o incluso en el consultorio médico. Un equipo de investigación de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), quiso entender qué piensan, sienten y experimentan los jóvenes entre 18 y 25 años respecto a su sexualidad. Estos fueron sus hallazgos.

El estudio Sexualidad y juventud: actitudes y conductas en estudiantes universitarios surge desde la motivación inicial: una conversación cotidiana entre psicólogos del Centro de Psicología Aplicada (CPsA) de la PUCE sobre lo que ven en consulta.

“Nos dimos cuenta de que las preguntas de los chicos ya no podían responderse con lo que aprendimos hace 10 años. Teníamos que actualizarnos”, cuenta Marie-France Merlyn, autora principal del estudio y docente de la PUCE.

La investigación incluyó encuestas a 590 estudiantes. Esto reveló una fotografía clara y preocupante sobre lo que está fallando en la educación sexual, los hábitos de cuidado y los vínculos afectivos.

El 88 % de los estudiantes encuestados afirmó haber recibido algún tipo de educación sexual. Sin embargo, el enfoque predominante ha sido médico y preventivo. Es decir, anatomía, métodos anticonceptivos y VIH. Solo el 36 % recuerda haber aprendido algo sobre placer, masturbación o prácticas sexuales concretas.

“Los chicos saben cómo se llama una trompa de Falopio, pero no saben cómo cuidar su afectividad o entender su deseo. No se habla de placer, ni de consentimiento, ni de diversidad”, advierte Marie-France. Y eso tiene consecuencias.

Frente a la ausencia de información integral, la investigación evidenció que los jóvenes buscan respuestas en donde pueden. Internet, redes sociales, amigos. Estas fuentes, más accesibles, pero también más riesgosas, se han convertido en sus principales referentes.

La pornografía es, para muchos, la guía de la vida sexual”, dice Marie-France. Esa influencia impacta incluso en algo tan específico como la duración del coito. Más del 66 % cree que debería durar entre 13 y 30 minutos, cuando los estudios médicos indican que entre 7 y 13 minutos es lo saludable. Esta distorsión de expectativas también afecta el uso del preservativo, la percepción del placer y el cuidado mutuo.

El condón masculino es el método anticonceptivo más usado entre los jóvenes. Pero su uso es inconsistente. Solo el 62 % lo utiliza en relaciones vaginales, 39 % en sexo anal y apenas 15 % en sexo oral. Además, tanto hombres como mujeres mantienen la creencia de que “el sexo sin condón se siente mejor”, lo que pone en riesgo su salud.

Peor aún, el uso del preservativo está condicionado al tipo de relación. Si la pareja es estable o conocida, muchos lo omiten. “No hay conciencia real sobre las ITS. El condón sigue viéndose como una barrera para el placer, no como una herramienta de cuidado”, señala la investigadora.

El 79 % de los estudiantes ya había iniciado su vida sexual al momento de la encuesta. La edad promedio de inicio fue de 17 años. Pero los detalles revelan situaciones problemáticas. El 16 % de las mujeres y el 12 % de los hombres tuvieron su primera relación sexual con una persona al menos cinco años mayor. Y un 7 % la inició antes de los 10 años.

“La diferencia de edad en relaciones con menores de edad puede implicar coerción o abuso, aunque no siempre se reconozca como tal. Es una alerta que no se puede ignorar”, subraya la psicóloga.

Aunque muchos jóvenes expresan su deseo de tener relaciones estables y duraderas, la mayoría mantiene vínculos frágiles, casuales, sin compromiso afectivo. Esa contradicción, querer algo profundo, vivir algo superficial, genera insatisfacción emocional y soledad.

“Nos encontramos con jóvenes que anhelan una pareja estable, pero no saben cómo construir una relación. Les cuesta establecer límites, comunicar deseos, y están influenciados por modelos de consumo emocional rápido”, comenta Marie-France.

Uno de los hallazgos más reiterados fue el vacío comunicativo con los padres. Aunque las madres suelen ser más accesibles para hablar del tema, en general los jóvenes sienten que no pueden discutir con libertad sobre sexualidad en casa. Y en las escuelas, el tabú se mantiene: se enseña poco y cuando se hace, se evade el aspecto emocional o el placer.

Muchos padres no hablan porque piensan que hablar de sexo es inducirlo. Pero la exposición ya está ahí: en las canciones, las redes sociales, las películas, los videos. No hablar es dejar que otros, menos preparados, lo hagan por ellos”, afirma la investigadora.

A pesar de la actividad sexual frecuente, los jóvenes acuden poco a chequeos médicos. Solo el 30 % de los hombres lo ha hecho, frente a un 70 % de mujeres. La mayoría nunca se ha hecho la prueba de VIH y cuando hay sospechas de ITS, muchos optan por automedicarse o no hacer nada.

Los varones siguen atrapados en una masculinidad que no permite mostrarse vulnerables ni pedir ayuda médica. Eso es un riesgo para todos”, sostiene la experta.

Además, en la muestra, se reportaron 56 embarazos, de los cuales el 77 % terminó en aborto. Solo el 23 % culminó en un nacimiento vivo y en la mayoría de casos los hombres no reconocieron legalmente al hijo. “Esto muestra el costo de una sexualidad vivida sin educación ni corresponsabilidad”, menciona la experta.

La investigación es clara, la sexualidad está presente, es diversa, atraviesa la vida de los jóvenes… pero sigue siendo silenciada, mal enseñada o distorsionada. Educar en sexualidad no es hablar solo de genitales o enfermedades, sino de vínculos, respeto, afecto, cuidado mutuo y placer.

“Hay que comenzar desde la infancia, con un lenguaje claro, afectivo, respetuoso. Si no lo hacemos nosotros, otros lo harán. Y no siempre con buenas intenciones”, concluye Marie-France Merlyn.

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