¿Por qué un graffiti en La Floresta no es percibido igual que en Carapungo? ¿Por qué se considera como arte cuando está en un museo e infracción cuando está en las calles? ¿De qué depende? Son preguntas que surgen cuando pensamos en el arte callejero. Especialmente luego de la denuncia de la ‘vandalización’ en el metro de Quito. 

El 2 de junio de 2024 el metro amaneció con uno de sus vagones marcado con una ‘bomba’. Así se les denomina a los graffitis de gran formato en superficies de la ciudad. Las siglas VSK se leen con claridad. Es el membrete de una de las ‘crews’ más reconocidas de Colombia. Es la segunda ocasión que estas letras etiquetan un vagón en Quito, la primera fue en 2018.  

El graffiti en el metro apareció dos días después de la inauguración de la exposición Siempre efímeros: nunca sin memoria, en el Centro de Arte Contemporáneo (CAC). La muestra hace una retrospectiva de cuatro décadas de arte callejero en el país; incluye distintas técnicas que abarcan, entre otras, el mural, el esténcil, el collage y el graffiti.  

Para José Luis Macas, docente investigador de la carrera de Artes Visuales de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) todas estas son expresiones culturales. Surgen como respuesta al contexto y comportamiento de la sociedad. 

“Las manifestaciones que subvierten el canon tradicional del arte, inevitablemente generan fricciones y tensiones. En el ámbito urbano, estas expresiones, al tener una dimensión pública, reflejan una sintomática social. Esto contrasta marcadamente con los espacios de legitimación del arte, como museos, galerías y academias”, señala. 

En ese sentido, considera importante ampliar la discusión y contar con perspectivas más democráticas. Además, comprender los contextos en los que surgen las expresiones y no caer en absolutos. 

Criminalización del arte urbano 

Cuando pintaron el metro en 2018, el entonces alcalde Mauricio Rodas firmó un acuerdo con el Ministerio del Interior. El compromiso fue aportar USD 100.000 al fondo de recompensas. El exalcalde anunció que el dinero serviría para pagar a quienes entreguen información sobre actos vandálicos en la ciudad.  

En esta oportunidad, el alcalde Pabel Muñoz también expresó indignación por el graffiti. Solicitó a las autoridades competentes que se aplique las sanciones con severidad. Asimismo, se publicó un comunicado en el que se indica que se tomarán las medidas legales necesarias “para defender los bienes de todos los quiteños”. 

Varias voces del arte urbano se levantaron porque señalaron que se criminalizaba esta expresión. Además, en el Código Integral Penal y en la normativa municipal, se sanciona esta práctica en el espacio público. De hecho, las sanciones por grafitear espacios públicos van desde multas hasta cinco años de cárcel en el caso de agravantes.  

El problema es que se ve al graffiti como un gran problema en la ciudad y no lo es. Esto se debe a una estética que se busca posicionar, según el docente Macas. 

Creo que esto también obedece a una visión bastante conservadora de la urbe una perspectiva mojigata y curuchupa. Algunas autoridades y élites, tanto económicas como culturales, aquí quieren reflejarse en las grandes capitales del mundo globalizado. Sin embargo, en los metros de Nueva York, Berlín, Barcelona, Ciudad de México o Río de Janeiro, nadie plantea el graffiti como un problema grave. Si nuestra ciudad está creciendo y convirtiéndose en una metrópoli, debemos adaptarnos a estos cambios”. 

La domesticación del graffiti 

Por otro lado, el Municipio del Distrito Metropolitano de Quito ha emprendido iniciativas para visibilizar el arte urbano en zonas específicas de la ciudad. Se han realizado campañas, concursos y talleres promovidos por la Alcaldía para incluir estas expresiones.  

No obstante, muchos artistas reivindican el carácter transgresor de esta expresión. El graffiti es denuncia, su origen y esencia es vandálica, señalan varios grafiteros como Isaac Gómez, conocido como Ente. Él, además, critica los intentos de institucionalización por parte de la Alcaldía. 

Asimismo, en momentos de convulsión social, la consigna política juega un papel en la representación en la ciudad. En una columna en el diario El Comercio el periodista Santiago Estrella reivindicaba el carácter político y contracultural del graffiti. 

El investigador Macas explica que el arte urbano puede ser utilizado como un agente gentrificador. Así, los murales le dan un valor cultural a un determinado barrio, lo posiciona como ‘de moda’. Por ejemplo, la transformación de La Floresta o en su momento, La Mariscal. 

La gentrificación es un fenómeno en el que un espacio experimenta un cambio demográfico y socioeconómico. Este se caracteriza por un aumento del costo de vida. Provoca así la afluencia de residentes de mayor poder adquisitivo y la expulsión de residentes de menores ingresos. Así lo explica el blog especializado Arch Daily.  

Conquista de nuevos espacios 

La gestora Mafo López considera un hito para los artistas urbanos. ¿La razón? Es la primera vez que un museo acoge una muestra de arte callejero de esta magnitud. El docente de la PUCE coincide en la importancia de estas exposiciones para que se ejerzan los derechos culturales de grupos marginados históricamente.   

“Las autoridades de cultura corren el riesgo de perder una oportunidad para entender y gestionar mejor la dinámica urbana. Esto, si no son capaces de asimilar que la complejidad de una sociedad no se resuelve criminalizando el graffiti; tampoco, blanqueando todas las paredes. El camino va por reconocer que esto es propio de una ciudad con más de dos millones de habitantes”na, comenta.  

El trabajo multidisciplinario que incluya distintos conocimientos y saberes es esencial para la gestión de la ciudad. Los programas que se desarrollen en Quito tienen que enfocarse en mejorar la convivencia. a criterio del docente Macas.  

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