Homicidios, secuestros, asaltos y balaceras se han convertido en el día a día de los ecuatorianos. El país vive una crisis de seguridad y una ola de violencia que han generado sentimientos de terror en los ciudadanos.

¿Qué consecuencias trae eso a nuestra vida? El psicólogo clínico, Emilio Salao Sterckx, docente de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) e investigador del Instituto de Salud Pública (ISP) nos explica.

¿Qué consecuencias trae el miedo en nuestra vida? 

El miedo es un sentimiento y no necesariamente es negativo. El miedo está relacionado con el futuro y permite construir proyectos y procesos sociales. Por ejemplo, sentimos miedo y preocupación por los efectos del calentamiento global; este se justifica en el conocimiento y la predicción que nos advierte de los posibles impactos en nuestras vidas. Por eso, es que alrededor del calentamiento global, se construyen agendas que esperan alcanzar resultados en 10 o 20 años. De hecho, ese miedo nos permite hablar ahora de la transición ecológica.

El miedo es necesario en la vida, aunque nos resulte desagradable. Si las personas no tuviesen miedo, muy probablemente, harían cosas que pondrían en riesgo sus vidas o integridad. Tampoco harían de la planificación humana uno de los procesos más complejos de la vida social.

El terror es diferente. El terror aparece ante lo sorpresivo o inminente de una amenaza. Por poner el caso, si salgo a la calle puedo ser asaltado, secuestrado o, peor aún, asesinado. El momento que nos enfrentamos a esas amenazas nuestras respuestas son reactivas, no planificadas. Diría más bien que, en la actualidad, presentamos una dinámica más próxima al terror que al miedo. Lo observamos desde las decisiones políticas hasta la vida cotidiana.

¿Qué genera el terror?

El terror puede presentarse por amenazas reales o imaginadas. En Ecuador, se construye un ambiente de terror donde se mezclan amenazas muy reales que desbordan en fantasías terroríficas. Recordemos la imagen tendencia de Ecuador en Twitter el 30 de marzo: un hombre solo, en la calle, atado a una bomba.

Ese es el discurso dominante: el terror y la soledad. No hay que olvidar el carácter colectivo de este terror. Su efecto inmediato se observa en la vida pública. Por ejemplo, cuando se dieron los atentados en París, en el 2015, los ciudadanos parisinos defendieron su derecho a la libre circulación como un valor primordial. En América Latina, en casos como de Perú durante la guerra interna, la libre circulación estaba totalmente comprometida. Un ciudadano limeño sabía que salir a la calle lo podría volver víctima de un movimiento o del mismo Estado. Psicosocialmente, la vida pública suele ser el primer espacio afectado por el terror colectivo.

Ahora, vemos situaciones similares en ciudades como Esmeraldas y Guayaquil. A las 18:00 horas, se acaba la circulación. Incluso en los momentos diurnos la vida pública se encuentra, de cierta manera, disminuida.

La vida pública son las relaciones donde existe cierto anonimato y circulación. Es lo que constituye, en gran medida, la vitalidad de los centros urbanos e influye en el ambiente de la ciudad. La vida pública es una parte de la cohesión social, nos permite compartir la responsabilidad por la seguridad, estimula el uso y crecimiento del espacio público. En general, se puede decir que es un aspecto de las construcciones culturales del bienestar y malestar en la vida social.

Cabe pensar ¿qué pasa en una sociedad donde se pierde la vida pública?

¿Cuál es el panorama de la salud mental de los ecuatorianos después de una pandemia y con la situación actual?

Al igual que algunos colegas, he empezado a relacionar la pandemia del COVID19 con la violencia. Pienso en una intervención de Alfredo Jerusalinsky, que reflexionaba sobre los efectos de la pandemia en los primeros meses de confinamiento. Jerusalinsky decía: «El temor que genera la pandemia se origina en la idea de que yo sé que de la puerta de mi casa hacia afuera mi vida vale casi nada».

Cuando pensamos cómo estamos viviendo la situación de la violencia urbana en Ecuador, también creo que podemos pensar lo mismo: «Yo sé que, afuera de mi casa, tal vez, mi vida vale casi nada».

Es decir, vemos una relación perturbadora. En los primeros meses de la pandemia, el terror también tenía que ver con lo extraño. Esto al vivir con lo que no estábamos habituados en nuestras vidas, un elemento casi alienígena. Un virus del que desconocíamos sus efectos, cura y las consecuencias a corto, mediano y largo plazo, en nuestra salud, la economía, la educación, la vida comunitaria y pública.

Estábamos aterrorizados en un principio, pero luego nos empezamos a acostumbrar a la pandemia, a la vida con ella. Hace unos días, la Organización Mundial de la Salud declaró el fin de la emergencia sanitaria global. Sin embargo, hace mucho tiempo que nos acostumbramos a la pandemia.

Lo preocupante es que corremos el riesgo de pasar del terror a lo desconocido, de una situación inédita en el Ecuador a un terror acostumbrado. Se tienen registros de que algunas personas han vivido más de una vez el trauma del secuestro.

Y eso, ¿qué implica?

Cambios culturales y de consenso social en la línea que separa lo aceptable de lo inaceptable en nuestra sociedad.

Por ejemplo, si hace dos años vivíamos un estado de excepción y la militarización, nuestra respuesta era la denuncia social. Ahora, cuando vemos una zona militarizada, muchos ciudadanos dicen sentirse aliviados, seguros, aunque sea por momentos.

Actualmente, tenemos sectores de Quito militarizados en ciertos momentos del día. Así estamos aceptando lo que hace un tiempo nos parecía inadmisible. También aceptamos el sacrificio de libertades individuales a cambio de la seguridad.

La seguridad, como garantía de vivir sin amenazas inminentes, se ha convertido en un valor social prioritario en menos de un año.

Antes de habituarnos al terror, ¿cómo deberíamos gestionarlo?

Es importante salir de la lógica conductual estimulo-respuesta. Salir del terror que nos apura y pasar al miedo, que nos permite planificar. Debemos exigir programas, procesos sociales y políticas claras al Gobierno.

Por el momento, el Gobierno ecuatoriano carece de políticas y conceptos y prolifera en las respuestas reactivas. Tenemos un Gobierno que actúa desde el terror. Cuando actuamos en la lógica estímulo-respuesta no controlamos nuestras acciones, no analizamos las posibles consecuencias. En el terror solo existe la brutalidad del presente y no se piensa en el futuro.

En cambio, si pensamos en palabras como ‘la seguridad’, pero como seguridad social y no como respuesta a la amenaza inminente, tal vez esa palabra podría tener más significados como, seguridad laboral, seguridad alimentaria, el acceso a la educación pública, el acceso a la salud, entre otras. Es decir, un proyecto que pueda instituir el futuro en la planificación y la imaginación.

El psicoanalista Antoine Masson dice que es importante no dejarse seducir por esa “violencia fascinante”, como la que vemos sobre masacres carcelarias, asaltos y secuestros. Sino prestar atención precisamente a la presencia de las políticas, infraestructuras que restan los esfuerzos por aplacar esa violencia. Creo que ese es una de las responsabilidades de la academia.

En ese contexto, ¿cómo ve la medida del porte de armas?

El Decreto 707 es una respuesta reactiva, no una política real. Lo que ha hecho es promover el temor y coloca al mismo nivel la violencia y la agresividad. Por ejemplo, en ciudades como Esmeraldas, la frustración cotidiana del tráfico vehicular es silenciada. Nadie quiere arriesgarse a enfrentarse a alguien que, probablemente, porte un arma.  

Igualmente, el Decreto 730, que es el más reciente, sigue siendo una reacción. Es aún más peligroso porque desregula la responsabilidad social e institucional. Como vemos, cada decisión política marca el deterioro progresivo de los derechos y libertades individuales. Además, muestra, la ausencia del futuro como un valor de los procesos sociales.

Si el Estado no nos garantiza seguridad, ¿qué debemos hacer?

El Estado somos todos.  Esta afirmación me gusta mucho porque nos entrega a toda una carga de responsabilidad.

Una manera de hacer nuestra parte es asumir también el fortalecimiento de la cohesión social. Es decir, activar esas dinámicas de solidaridad y ayuda mutua, que ya están presentes en varios sectores urbanos de Quito. Por ejemplo, en el ISP estamos construyendo un Programa de Salud Territorial desde una lógica interinstitucional. Esta lógica vincula a la Creighton University de Omaha, las instituciones locales responsables de la salud y las comunidades de la salud del sur de Quito.

Nos llama mucho la atención cómo la organización barrial aumenta la percepción de seguridad. No se trata de la organización para luchar contra la delincuencia. Esta organización se orienta en la construcción de huertos urbanos, clubes del adulto mayor, la gestión de formación para actores sociales mediante el liderazgo colectivo. Las experiencias de algunos barrios del sur de Quito son una importante referencia para entender la seguridad, el futuro, la comunidad y la convivencia con la diferencia. Tenemos mucho que aprender

Aun así, hay que seguir exigiendo actuar a las instituciones. Nos puede ayudar a comprender que tal vez lo que no necesitamos de alguien que ponga orden y aplaque la inseguridad con medidas autoritarias. Sino que necesitamos la construcción de tejidos socio-institucionales para articular las formas de pensar el desarrollo.

No hay una solución a corto plazo, eso no existe. Es importante analizar es que encontrar una solución va a implicar grandes sacrificios. Entonces, la sociedad ecuatoriana debería preguntarse cuáles son los sacrificios que estamos dispuestos a realizar.

¿Algo más?

Por otro lado, es importante que hablemos de nuestros temores, porque el terror amenaza con ocuparlo todo. Este sentimiento puede bloquear las ideas que tenemos sobre nuestro desarrollo personal, nuestros vínculos personales, con padres, parejas, hermanos, amigos y colegas.

El terror tiende a individualizar y excluir. La idea es hablar de esos temores, para mediar nuestra relación con la realidad y salir de la lógica reactiva.  Cuando caemos en cuenta de que nuestros temores y preocupaciones también son compartidos por otros, podemos volver a encontrarnos.

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