David Grijalva no imaginó que, siendo estudiante de Economía de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), terminaría publicando un artículo científico en una revista internacional de alto impacto en temas de salud pública. Menos aún, que el tema que lo llevaría hasta allí sería uno de los más dolorosos que enfrenta el país: el suicidio. ¿Dónde y por qué ocurre el suicidio? Su investigación pionera rastreó los puntos críticos en Ecuador.

“La idea nació mientras yo hacía una pasantía en el Instituto de Salud Pública de la PUCE”, cuenta David. “Siempre me interesó este tema como problema de salud pública y justo coincidió con que mi profesor Nicolás Acosta, tenía una idea similar desde el enfoque económico. Vi que el suicidio no se analiza solo desde la medicina o la psicología y que los datos estaban ahí, disponibles”, dice David.

Foto: David Grijalva.

Así empezó una investigación que aplicó métodos estadísticos espaciales para detectar agrupamientos (clusters) de suicidios en Ecuador. Combinando datos públicos de más de una década con herramientas de georreferenciación como SaTScan™ y mapas GIS para detectar estos patrones, proponiendo que el lugar donde se vive puede estar vinculado a mayor riesgo suicida.

El resultado fue publicado en la revista Health & Place, bajo el título Highs, lows and fault lines: The geography of suicide clusters in Ecuador, realizado por el docente Nicolás Acosta y los estudiantes David Grijalva y Gabriela Ron.

La investigación identificó agrupaciones significativas de suicidios entre 2012 y 2022. En total 11.348 personas se suicidaron en Ecuador en ese periodo. El 77,6 % fueron hombres. El 37 % de los suicidios fueron de personas menores de 25 años.

La mayoría de los suicidios están ubicados en zonas de alta y moderada altitud, como Quito, Cuenca, Ambato y Tulcán. Esto, según David, coincide con estudios internacionales que sugieren una posible relación entre altitud y riesgo suicida, debido a los efectos de la hipoxia sobre la química cerebral.

“Encontramos que muchas de estas zonas coinciden con regiones serranas del país y que incluso cuando se ajustan variables como altitud y ruralidad, algunos clústeres desaparecen, pero otros persisten. Eso nos dice que hay múltiples factores en juego”, explica David.

Otro hallazgo fue el surgimiento de un clúster en Manabí, dos años después del terremoto de 2016. Este agrupamiento persistió incluso al ajustar por variables geográficas. “Esto refuerza la hipótesis de que el desastre natural tuvo efectos prolongados sobre la salud mental de la población afectada”, agregó David.

En contraste, durante la pandemia de COVID-19 solo se detectó un clúster significativo en Cuenca, que desaparece al incluir covariables. Esto sugiere que, al menos en el corto plazo, la pandemia no generó un aumento nacional de suicidios en Ecuador.

La originalidad del estudio no solo está en su metodología, que combina herramientas de geografía, salud pública y estadística, sino también en su autoría.

“David fue mi alumno en econometría y tenía un gran talento cuantitativo. Le propuse el reto y se convirtió en experto en análisis espacial”, cuenta Nicolás. Por otra parte, Gabriela Ron, completó el equipo con su conocimiento en geografía técnica para el manejo territorial de los datos.

David, que actualmente cursa séptimo semestre tras un intercambio en Francia, confiesa que el proceso fue desafiante. “Tuve que aprender métodos estadísticos nuevos, manejar software especializado, leer muchísimo… pero fue muy gratificante. Aprendí que los datos, bien usados, pueden contar historias que salvan vidas”.

El estudio no pretende establecer causas definitivas, pero sí evidencia zonas donde se concentra el riesgo y abre la puerta para políticas públicas focalizadas. “La clave está en que logramos generar evidencia útil”, destaca el docente. “Y lo hicimos desde la PUCE, con estudiantes de pregrado, lo cual habla también del potencial académico que existe en el ecosistema de investigación de esta universidad”, mencionó Nicolás.

Este estudio sobre suicidios en Ecuador no solo aporta nuevas evidencias para la salud pública, sino que es también un ejemplo concreto de cómo funciona el ecosistema de investigación de la PUCE. Un modelo que apuesta por la colaboración, la interdisciplinariedad y la capacidad de generar conocimiento con impacto.

Desde el Vicerrectorado de Investigación, Vinculación e Innovación (VIVI), la PUCE impulsa una visión de universidad como organismo vivo que aprende, se adapta y nutre su entorno, igual que en un ecosistema natural. Bajo este modelo, la complejidad, la autoorganización y la generación de novedad no son solo conceptos teóricos, sino principios aplicados para acelerar la investigación y la innovación en todas las áreas del conocimiento.

La investigación publicada por un economista, un estudiante de Economía y una geógrafa refleja precisamente ese espíritu. Equipos que se articulan desde intereses comunes para abordar problemas sociales complejos con herramientas compartidas, generando ciencia interdisciplinar y útil.

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