“La ciudad de Quito, cuna y trono de Atahualpa, es una fogata gigantesca entre los volcanes”. Así describía a la capital el escritor uruguayo Eduardo Galeano. El imponente volcán Guagua Pichincha es parte del paisaje característico de la urbe, pero también es una amenaza latente.  Desde su última erupción en 1999, su actividad ha sido leve, pero constante. Sin embargo, la preparación de la ciudad aún no es la requerida. ¿Qué pasaría si vuelve a erupcionar? 

La actividad inusual del volcán, reportada en los medios de comunicación en los últimos días, no es nueva. Desde 2023, se han registrado ruidos subterrráneos, aumento de temperatura, sismos y mayor emisión de gases. Así lo explicó la Dra. Alexandra Alvarado, directora (S) del Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional (IG-EPN).  

Además, comentó que en mayo de 2025 se realizaron sobrevuelos con drones y muestreo de emisiones de gas. Los datos arrojados, según el IG-EPN, “no sugieren una erupción inminente”. Por ello, Myriam Jácome, docente de la Facultad de Hábitat, Infraestructura y Creatividad de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) y especialista en Planificación Urbana, hace un llamamiento a no alarmarnos, sino a fortalecer la cultura de manejo de riesgos.  

Guagua Pichincha: una amenaza natural 

Muchos escuchamos que el volcán presenta actividad y empezamos a rogar al cielo porque no ocurra nada. Sin embargo, la noticia pasa rápidamente, así como las acciones o precauciones con autoridades y vecinos. El tema muere después de unos días, hasta que se dé una emergencia. 

Sin embargo, el Guagua Pichincha está activo. El IG-EPN lo monitorea junto a los otros siete colosos con actividad. Esto implica que potencialmente podría erupcionar. La actividad volcánica es un proceso natural, como los sismos o las lluvias fuertes. Lo que no es natural es que ese proceso se convierta en una tragedia, cuando no gestionamos bien los riesgos. 

El volcán es una amenaza natural, pero el desastre es una construcción social. No es la erupción la que causa la catástrofe, sino la vulnerabilidad por la falta de planificación, prevención y gestión adecuada del riesgo”, indica. 

¿Quito normaliza la emergencia? 

 Quito reacciona con rapidez ante desastres: se activa el COE, se despliegan bomberos, se emiten boletines, centros de acopio, etc. Pero esa respuesta es reactiva, y muchas veces superficial. No hay una cultura sostenida de prevención ni un enfoque constante en reducir vulnerabilidades.  “Nosotros no estamos gestionando el riesgo, estamos respondiendo a emergencias”, dice la experta. 

Erupción del volcán Guagua Pichincha en 1999. Foto: IG-EPN.
Erupción del volcán Guagua Pichincha en 1999. Foto: IG-EPN.

Esta forma de actuar tiene consecuencias profundas: 

  • No se fortalecen las capacidades comunitarias. La mayoría de los barrios no tienen protocolos claros. La mayoría no sabe qué hacer en caso de erupción, sismos u otros eventos. 
  • Se reproduce el riesgo. Myriam explica que este término se refiere a que no se mitiga la vulnerabilidad, entonces el riesgo se incrementa y reproduce.  Es decir, no se interviene en causas estructurales como pobreza, asentamientos informales y falta de planificación aplicada. 
  • Se generan nuevos riesgos. Al no controlar la expansión urbana hacia zonas de amenaza o no fomentar asentamientos humanos en zonas seguras, se crean nuevos focos de vulnerabilidad.

¿Falta de planificación urbana? 

Myriam considera que existe normativa y planificación suficiente. Por ejemplo, la Constitución incluye términos como gestión de riesgos y derecho a la ciudad. En cuanto a Quito, es una de las urbes con más información de planificación del país. El problema, señala la experta, es que no se evidencia en la práctica.  

«Tenemos planes de desarrollo, de uso de suelo, de resiliencia. Pero si esos instrumentos no se articulan entre sí, no involucran a la comunidad, no se comunican, entonces no están funcionando efectivamente. Peor aún, estamos creando nuevos riesgos”. 

La fórmula para reducir el riesgo 

Adaptarse a vivir con un volcán activo como el Guagua Pichincha no significa vivir con miedo, sino con conciencia y preparación. Es un proceso colectivo que involucra a la ciudad entera: autoridades, academia, medios de comunicación y la comunidad. 

Myriam explica que el riesgo es una probabilidad resultante de una ecuación simple:

Entonces, no es suficiente el monitoreo técnico del volcán. Es importante trabajar en: 

  • Reducir vulnerabilidades: pobreza, construcciones informales, falta de acceso a información o servicios. 
  • Disminuir la exposición: evitar construir en zonas de alto riesgo.  
  • Aumentar la capacidad: tener infraestructura adecuada, protocolos claros, educación comunitaria y planificación sensible a los riesgos.

Todas esas medidas son posibles si se fomenta una cultura del riesgo y es interiorizada en la ciudadanía. “La cultura del riesgo es todo un sistema, toda la sociedad civil debe ser consciente de que vive en una ciudad con múltiples amenazas”, explica la experta.  

Resumiendo, la clave es anticiparse. Un ejemplo concreto: si el volcán Guagua Pichincha erupciona es poco probable que la lava afecte a las zonas pobladas y fuentes de agua porque la abertura del cráter está hacia la Costa. Sin embargo, la ceniza y gases cubrirían la ciudad. Entonces, podemos actuar para prevenir.  

 “La acumulación de ceniza genera peso sobre las estructuras de las edificaciones. Si tienes un techo plano, esta genera una carga adicional. Pero si haces techos inclinados, se cae sola. Parece simple, pero eso significa anticiparse”. 

Guagua Pichincha, que el miedo no nos paralice 

Enfrentar un desastre es un hecho traumático, la posibilidad de una erupción nos puede causar una tensión constante. De hecho, con el avance del cambio climático esta preocupación es cada vez más recurrente. “Estamos ante un ecoestrés constante. Los cortes de luz, los incendios, los terremotos y más genera zozobra, pero también, estrés y ansiedad derivados de estos eventos naturales”. Así lo explica Karina Silva Jaramillo, especialista en intervención psicosocial y comunitaria y docente de la Facultad de Salud y Bienestar

Por ello, uno de los puntos más relevantes es saber cómo hablamos del tema. “El riesgo siempre ha sido percibido desde el miedo. Y eso es un problema porque paraliza. Debemos aprender a comunicar esto desde la prevención y la anticipación”, sugiere Myriam. 

 Alexandra Alvarado, directora (S) del IG-EPN.  

Cultura de riesgos 

Construir una cultura de riesgos es una tarea compleja. El papel de la política pública es generar las condiciones para que esa cultura pueda darse. Pero la ciudadanía también tiene su rol, los desastres se previenen en comunidad. “Si no sabemos lo que necesitamos, ¿qué le exigimos a los mandatarios?”, cuestiona. 

Existen problemas estructurales que hay que solventar como pobreza, desempleo, transporte público y crecimiento urbano informal. Para la experta, algunas veces los gobiernos de turno no interviene en la prevención por su costo político al no evidenciarse obras tangibles. “Prevenir no da votos. Pero da calidad de vida”. 

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