El feriado finalizó, pero los cortes de luz eléctrica se mantienen. Cada semana, se publican horarios de suspensión que pueden durar entre seis y 14 horas. En algunos sectores de Quito, también escasea el agua potable, con cortes de hasta 20 horas. Esta situación genera incertidumbre y caos. ¿Cómo vivimos la crisis colectivamente?
Hagamos un ejercicio. En este momento, en una escala del uno al 10, ¿cuánto optimismo tienes en que la situación del país mejorará? Si tu respuesta es más de siete, quizás puedas omitir esta lectura. Pero si es menor, te invitamos a leer este artículo. Expertos de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) comparten claves para entender el contexto y encontrar respuestas.
La incertidumbre
La incertidumbre se puede definir como la inseguridad que se produce por la falta de certezas. Ante la crisis energética esta sensación se ha expandido. La Mgtr. Graciela Ramírez, docente de la Facultad de Psicología, explica que la incertidumbre, en este caso, surge por la pérdida de confianza en el Estado.
“El Estado, como ente organizador, representa en la psique colectiva la ley y el orden. Esto independientemente del partido o tendencia que esté en el Gobierno. Cuando el Estado pierde ese rol, perdemos esa representación. Lo que queda es un escenario caótico”, señala Graciela.
El Ph.D. Francisco Morales, experto en sociología de las emociones y docente de la Facultad de Ciencias Humanas, coincide. Explica que el fenómeno se denomina anomia, que significa ausencia de normas. Al ver truncado el orden habitual, la crisis deviene en una mayor incertidumbre y una sensación de desprotección.
Por otro lado, Francisco comenta que los intentos de “ver el problema con optimismo” han sido contraproducentes. Esto debido a que las medidas y discursos sin sustento real han provocado mayor incertidumbre.
“Hace unas semanas, el Gobierno anunció la reducción de estos horarios, intentando transmitir una imagen positiva. Sin embargo, rápidamente quedó en evidencia que esta medida carecía de sustento real. Las decisiones sin una base técnica generan mayor incertidumbre. Es un gran ejemplo de que no se puede vivir solamente de buenas intenciones”.
Malestar colectivo
Francisco comenta que el malestar que vivimos es una reacción colectiva ante la situación social. Es decir, no pasa únicamente en la psicología de cada individuo, sino que tiene un origen en la crisis social.
«La causa de esta situación no radica en los individuos, sino en una crisis social que debemos analizar desde su dimensión colectiva. El problema no es individual, su origen es social, y, ante esta crisis, reaccionamos emocionalmente” indica.
Esto no anula que cada individuo enfrente la situación de distintas formas desde sus posibilidades económicas hasta las herramientas emocionales que haya desarrollado. Es decir, si bien el malestar es colectivo, no a todos nos afecta de igual forma. Mientras para muchos negocios pequeños, los cortes han representado la quiebra; empresas más grandes han podido adquirir alternativas como generadores eléctricos. Tampoco el malestar es igual para alguien que tiene un problema de salud o para quien estudia en línea.
Cortes de luz y agresividad al volante
Posiblemente, uno de los momentos en que el malestar se acentúa más es en medio del tráfico de Quito. De por sí las bocinas, los gritos y la tensión se apoderan de las calles en las horas pico. Con los cortes de luz y sin semáforos, el caos es total.
Parecería que la gente estuviera más a la defensiva. Graciela explica que la tensión es resultado de la crisis social. Con los eventos estresantes, viene una escalada de violencia en las calles, en los hogares y en los lugares de trabajo. Esto trae un deterioro de la salud mental porque las personas se empiezan a descompensar.
Para la experta, el impacto de la crisis en la salud mental es preocupante. Los efectos se verán en los próximos meses. Inclusive hace una comparación con lo vivido durante la pandemia del COVID-19. Resalta las repercusiones que tendrá esta crisis en la economía, la salud, la educación y las relaciones interpersonales.
«Se avecina una epidemia. En 2025, veremos un aumento en trastornos depresivos, consumo de alcohol y violencia intrafamiliar. Esta situación compleja es el resultado acumulado de esta y otras crisis que hemos atravesado en los últimos años», explica Graciela.
Respuesta social y protesta digital
Como Diana y Juanse, miles de jóvenes prefieren el activisimo a través de canales digitales. Para ellos esa es una forma legítima de protestar y reclamar por sus derechos.
Por otro lado, los expertos destacan la importancia de expresar el malestar y encontrar soluciones colectivamente. Para Graciela, una medida fundamental es fomentar el encuentro en espacios públicos, donde las personas puedan reunirse y manifestarse.
En ese sentido, la universidad puede jugar un rol importante propiciando espacios de coworking, de debate y discusión. La experta comenta que solo cuando la comunidad se organiza, las demandas se vuelven más directas y contundentes. Así, dejan de ser percibidas como quejas aisladas y se transforman en necesidades urgentes que deben ser escuchadas.
“No se trata de romantizar la idea de estar juntos hablando a la luz de una vela. Es esencial recordar que la palabra tiene valor. No debemos perder la oportunidad de expresarnos ni de indignarnos. Aceptar pasivamente la crisis es como normalizar la violencia y la precariedad”, dice Graciela.
Francisco explica que, actualmente, existe una tendencia a la desmovilización y a las respuestas individuales frente a lo colectivo. Además, que muchos espacios de discusión han migrado al mundo digital, limitando que las acciones trasciendan al mundo real.
“El espacio público virtual no es necesariamente un lugar de protesta efectiva. Aunque estos intercambios de ideas y discusiones sean significativos, suelen ser efímeros. Es decir, desapareciendo rápidamente en el flujo de información. Su uso, predominante, permanece en el nivel de un desahogo inmediato y fugaz”, concluye Francisco.
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