Siete nuevas especies y un nuevo género de ranas de hojarasca, denominado Urkuphryne, fueron descubiertas en los bosques nublados de Ecuador. Este hallazgo marca un hito histórico en el estudio evolutivo de estos anfibios después de más de 140 años. Entre los nombres de las nuevas especies se rinde homenaje a un actor de Hollywood, un científico de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) y varias localidades del país.
Jhael Ortega y Santiago Ron, investigadores de la PUCE, lideraron el estudio, publicado en la revista británica Zoological Journal of the Linnean Society. El equipo también estuvo conformado por otros científicos ecuatorianos y de Estados Unidos. La investigación ha tomado más de seis años.
“El hallazgo es lo suficientemente divergente como para que también se la describa como un nuevo género, en el Ecuador. La última vez que se hizo un descubrimiento similar: 1882 con el género Nyctimantis. Lo hizo el zoólogo británico George Boulenger”, comentó Santiago.
Urkuphryne, el nuevo género de ranas de hojarasca
Urkuphryne es un vocablo quichua que significa “rana de las montañas”. Miden unos dos centímetros, su coloración es café, similar a las hojas secas ,y su piel es húmeda y lisa. Estos diminutos especímenes fueron encontrados en la localidad de Las Golondrinas, en la provincia de Carchi.
Para la investigación, se realizaron estudios profundos de la morfología y genética de la nueva especie. Por ejemplo, su cráneo es más compacto que el de especies emparentadas. Esto se visibilizó gracias a la tomografía computarizada de alta resolución.
“Los resultados indican que el género Urkuphryne se separó de sus parientes más cercanos hace más de 20 millones de años, coincidiendo con eventos tectónicos que dieron forma a los Andes”, explica Santiago.
La especie de este género fue bautizada como rana de hojarasca de Merino (Urkuphryne merinoi). Recibió el nombre en honor al director de la Balsa de los Sapos, el Dr. Andrés Merino. El científico tiene una trayectoria de más de 25 años estudiando a estos enigmáticos anfibios.

Nuevas especies
Junto al nuevo género, los investigadores describieron seis nuevas especies de ranas de hojarasca, del género Phyllonastes.
- Rana de hojarasca de Golondrinas (Phyllonastes cerrogolondrinas)
- Rana de hojarasca de Di Caprio (Phyllonastes dicaprioi)
- Rana de hojarasca de Macuma (Phyllonastes macuma)
- Rana de hojarasca ecuatoriana (Phyllonastes ecuadoriensis)
- Rana de hojarasca de Sardinayacu (Phyllonastes sardinayacu)
- Rana de hojarasca de Cerro Plateado (Phyllonastes plateadensis)
Cinco de las seis nuevas especies recibieron sus nombres por las localidades en las que se encontraron. La sexta es la Rana de hojarasca de Di Caprio, bautizada en honor a Leonardo Di Caprio. El actor es reconocido por sus esfuerzos por la conservación de ecosistemas como las Islas Galápagos y el Yasuní.
Un hito evolutivo
La investigación reveló que estas ranitas de hojarasca tienen su origen en el Chocó Andino, desde donde migraron a través de Los Andes hasta llegar a la Amazonía.
Jhael, científica principal, destacó que este descubrimiento representa una «oportunidad única en la vida de una científica». Además, resaltó la importancia de explorar y comprender los ecosistemas más ricos y complejos del planeta.
Los análisis demostraron que este grupo de ranas, antes considerado como especies estrechamente relacionadas, en realidad incluye linajes que se separaron hace 40 millones de años. Lo que pasa es que guardan una apariencia similar debido a un fenómeno conocido como convergencia evolutiva.

Santiago comparó este proceso con el caso de los delfines y los tiburones, cuya forma similar oculta el hecho de que evolucionaron de manera independiente durante más de 400 millones de años. En ese sentido, los delfines están más emparentados con los humanos que con los tiburones.
Por ello, este hallazgo redefine la historia evolutiva de estas ranas. Asimismo, resalta la complejidad y los misterios de la evolución en la naturaleza.
Ranitas, su rol protagónico
Los sapitos desempeñan un papel crucial en el equilibrio de los ecosistemas, destacando su participación en la cadena trófica, el proceso de transferencia de energía alimenticia entre organismos.
Además, funcionan como un «termómetro» del cambio climático. Su sensibilidad a las variaciones ambientales los convierte en indicadores clave de los impactos climáticos: su presencia o ausencia refleja el estado de salud del ecosistema.
Por otro lado, estos anfibios cuentan con un sistema de glándulas en su piel que produce químicos potentes para protegerse de patógenos, bacterias y hongos. Estas sustancias son vitales para su supervivencia y también se aprovechan en campos como la medicina, demostrando su valor tanto ecológico como científico.
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