A lo largo de los años, la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) ha sido pionera en grandes trasformaciones mediante un proceso continuo y dinámico de actualización de su propuesta educativa. Con un enfoque humanista y una calidad reconocida, la PUCE ha trabajado por mantenerse siempre relevante y pertinente en un mundo en constante cambio.

Este legado de cambios continúa. Por eso, desde hace casi diez años, la universidad vive un momento crucial de su historia, marcando el camino hacia una transformación profunda. En esta entrevista, el rector Fernando Ponce León S.J. comparte el significado de esta transformación, sus inicios, desafíos y beneficios para la comunidad universitaria.

Para la PUCE, la transformación es una actualización continua de nuestra propuesta educativa. Este proceso tiene un carácter humanista, se centra en la persona y es socialmente reconocida por su calidad.

No se trata de actualizarse una vez, sino de hacerlo constantemente, ya que los tiempos, contextos y exigencias cambian. Las demandas de hoy no son las mismas que hace 20 años. Si no nos trasformamos, corremos el riesgo de quedarnos desactualizados. La transformación es un esfuerzo constante por responder a las necesidades, demandas y exigencias de la sociedad, de los jóvenes, del mercado y del país, sin perder nuestra calidad y esencia.

Esta transformación nos convierte en una universidad mucho más actualizada, moderna, pertinente, atractiva y prestigiosa. Aunque, actualmente, ya gozamos de prestigio por ser buenos, también somos percibidos como conservadores. Hace un tiempo pregunté, si fuéramos un auto, ¿qué auto seríamos? La respuesta fue un Volvo del año 2000: un carro muy bueno y confiable, pero sin las últimas tecnologías. No queremos eso.

Los inicios de nuestra transformación se remontan a noviembre de 2015, cuando creamos la comisión nueva universidad. Esta comisión trabajó en dos dimensiones: la académica, con la mejora curricular; y la organizacional, que respondía a la estructura de la universidad.

La necesidad de actualizarnos fue evidente y mayormente reactiva. Esto aunque inicialmente nos centramos en la actualización curricular y en cumplir con los cambios exigidos por la ley.

En octubre de 2019 concluimos nuestro primer taller y comenzamos a relanzar la transformación de una manera más propositiva. Ya no se trataba solo de actualizar el currículo porque la normativa lo exigía, sino de un proceso de transformación más integral. Contamos con la consultora Reimagine Education Lab y su metodología de transformación dirigida por Javier Aragay. Formamos un equipo impulsor que incluía a todos los decanos, prorrectores y directores administrativos. Así, empezamos el rediseño de los prototipos, culminando en diez nuevas ofertas académicas. Entre ellas:

  • Ingeniería Integral,
  • Bioingeniería,
  • Ciencia de datos,
  • Ciencias biomédicas,

Este cambio marcó la transición de una transformación reactiva a una más propositiva. Nos proyectamos al futuro y nos adaptamos a las necesidades actuales y futuras.

Cuando asumí el rectorado sentía que nos estábamos quedando atrás. Sin embargo, esta percepción no era solo personal, sino compartida de manera generalizada. Otras instituciones estaban innovando, mientras nosotros ofrecíamos lo mismo de siempre, en las mismas carreras, con los mismos métodos. 

Había una percepción de que la PUCE era de calidad, pero conservadora en sus metodologías. Se sentía que no estábamos respondiendo a las nuevas demandas, a pesar de estar bien posicionados en los rankings.

Ese sentimiento de estancamiento fue la razón por la que comenzamos a trabajar en la renovación. En 2023, el Consejo Superior aprobó el proyecto de rediseño institucional, en el que se detallan cinco desafíos fundamentales para la renovación. Estos argumentos fueron esenciales para entender por qué era crucial emprender este proceso de transformación. También para asegurarnos de que la PUCE siga siendo relevante y de calidad.

El beneficio para la comunidad es trabajar en la mejor universidad del país, una que responda adecuadamente a las necesidades actuales y futuras del Ecuador. No queremos ser una universidad que se queda en el tiempo. Si no nos actualizamos, corremos el riesgo de decaer.

Las sedes funcionaban casi como miniuniversidades. La PUCE se asemejaba a una federación de universidades, con una sede principal en Quito y otras más pequeñas distribuidas en diversas ciudades. Sin embargo, somos una sola universidad y es crucial ofrecer una calidad educativa consistente en todo el país. No nos limitamos a ser la Pontificia Universidad Católica de Quito, como algunos creen, sino la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Por lo tanto, era fundamental que nuestra oferta educativa, el sentido de pertenencia y los estándares de calidad, fueran uniformes en todas las sedes, a pesar de las diferencias regionales.

Cada sede otorga títulos a nombre de la PUCE, debemos cuidar el prestigio y la marca, asegurando una calidad uniforme en todas partes. Esto fue un punto crucial para la transformación.

Entonces, trabajamos de la mano con los prorrectores de cada sede para unificar el trabajo como una sola universidad. Un impulso importante para esta unificación fue el proceso de acreditación. Nos acreditan como una sola universidad, no como sedes separadas. Si una sede no cumple con los requisitos, toda la universidad queda fuera. Esto hace que sea esencial actuar como una entidad unificada y no como regiones independientes.

Este proceso puede llevar años y ya ha llevado años. Si contamos desde octubre de 2015, cuando nos reunimos con los prorrectores para hablar de una PUCE nacional, y luego con la creación de la comisión nueva universidad, ya han pasado casi diez años. Estos cambios no se realizan de un día para otro. 

Por ejemplo, la transformación digital y la incorporación de tecnologías no se completan en uno o dos años. Se necesitan varios años para implementar y evaluar estas transformaciones. La transformación académica, por ejemplo, requiere, al menos, cuatro años para ver a los primeros estudiantes graduarse bajo el nuevo formato y poder evaluar los resultados. Estos procesos son largos y continuos. Aunque hemos avanzado mucho todavía queda trabajo por hacer.

El papel del estudiante es fundamental en esta transformación. Nos centramos en el estudiante, con un modelo educativo pensado en ellos. Los estudiantes no solo son receptores de los cambios, sino también participantes activos en el proceso.

Para los docentes creo que la principal competencia es la flexibilidad y la empatía. Deben ser flexibles para adaptarse a las distintas formas en que los estudiantes aprenden. El aprendizaje puede darse en el aula o fuera de ella; durante las salidas de campo; a través de la tecnología o de diferentes herramientas. No se trata solo de impartir clases magistrales, sino de reconocer y adaptarse a diferentes métodos de enseñanza y aprendizaje.

En cuanto al personal administrativo, la competencia clave es tener una actitud de servicio. Deben estar orientados a servir a los estudiantes, docentes y cualquier otro miembro de la comunidad universitaria. Es fundamental que el personal administrativo receptivo a las necesidades de quienes atienden. En fin, todos somos parte de esta trasformación.

Desde sus inicios, la PUCE ha sido pionera en generar cambios y en abrir nuevos espacios, manteniéndose fiel a su esencia de ser siempre una alternativa innovadora.

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