La irrupción de la inteligencia artificial en la medicina ya no es un escenario futurista, es una realidad que plantea dilemas urgentes. En 2023, un chatbot fue señalado como corresponsable del suicidio de un hombre en Bélgica, luego de que este desarrollara un vínculo emocional con la herramienta digital que lo animó a poner fin a su vida. Casos como este han encendido las alertas en todo el mundo: ¿quién responde cuando una máquina aconseja mal? ¿Puede un algoritmo reemplazar el juicio ético de un profesional de la salud?
En el marco del Día Internacional de la Bioética, y durante la Semana de la Bioética PUCE 2025, conversamos con el doctor Gerardo Perazzo, coordinador del Instituto de Bioética de la Pontificia Universidad Católica de Argentina (UCA), para entender cuáles deben ser los límites y las posibilidades de la inteligencia artificial en el cuidado de la vida humana.
¿Cree que algún día un robot podría reemplazar a un médico… y si eso pasa, usted se dejaría atender por uno?
No, rotundamente no. Al menos hoy, no hay forma. Hay cuestiones que tienen que ver con la humanidad que no pueden ser reemplazadas con el nivel de conocimiento actual. ¿Puede un algoritmo ayudarnos con información, mostrarnos patrones, mejorar la precisión diagnóstica?

Sí. La IA sirve y servirá cada vez más, como una herramienta para facilitar decisiones. Pero la decisión final sigue y debe seguir siendo humana. El cara a cara, la mirada compartida, la palabra dicha desde el cuerpo… eso no lo puede simular una máquina.
¿Cómo observa el avance de la IA en la medicina? ¿Vamos demasiado rápido?
La inteligencia artificial avanza en todas las ramas a pasos agigantados. Ahora bien, no hay que negarlo: la IA nos sirve. Nos ahorra tiempo, mejora procesos, permite diagnósticos más rápidos. Pero la efectividad de la decisión médica no depende solo de los datos, sino del encuentro humano. El robot no va a llorar con vos. Puede imitar empatía, puede simular tu voz, pero no va a sentir tu dolor. La inteligencia verdadera —la que piensa y ama— es humana. La voluntad, la conciencia… eso no lo tiene un algoritmo.
¿Qué es lo que una máquina jamás podrá reemplazar?
La IA puede tener toda la información del mundo, pero no toda la comprensión. Puedes cargarle a un robot la historia clínica, la genética, incluso el contexto social de un paciente, pero nunca va a captar su sensibilidad. La información no es experiencia humana. El sufrimiento no entra en una base de datos.
La empatía real. Y acá hay otro tema importante: el mundo está envejeciendo. En pocas décadas tendremos más adultos mayores que jóvenes. Ya hay países que están usando robots como cuidadores. Y ojo, el ser humano tiene una gran capacidad de adaptación: puede acostumbrarse a hablar con una máquina y sentirse acompañado. Pero acompañar no es solo estar al lado. Es entender el ritmo del otro, su miedo, su silencio. En medicina, el límite es claro: ¿cuánto entendés de la realidad personal del paciente? Ese puente no lo cruza la IA.
Otro desafío actual: los pacientes llegan a consulta con información de internet. ¿Cómo convivir con eso?
Hoy la información es tan accesible que el médico a veces siente que el paciente va a “examinarlo”. En lugar de competir con Google o con Chat bots, hay que acompañar ese proceso. Porque en internet hay de todo: ciencia, pseudociencia y negocios disfrazados de verdad. La IA no debe reemplazar al médico, sino ser parte del diálogo entre médico y paciente.
Si pudiera darnos un consejo en este Día Internacional de la Bioética, ¿cuál sería?
No todo lo que brilla es oro. La inteligencia artificial es útil, necesaria y vino para quedarse. No hay que tenerle miedo. Usémosla como herramienta, no como reemplazo. La medicina no es solo ciencia. Es vínculo. Sin vínculo, no hay cuidado.
Bioética, hacia dónde camina
Finalmente, creo que el verdadero desafío no es preguntarnos hasta dónde puede llegar la inteligencia artificial, sino hasta dónde estamos dispuestos a delegar nuestra humanidad. El progreso sin conciencia no es avance, es riesgo. Por eso, como dice el doctor Gerardo la bioética no frena la tecnología: la orienta. Recordarnos que toda innovación debe estar al servicio de la vida, no al revés.
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