Ha proliferado el uso coloquial de la expresión “relaciones tóxicas” para calificar a personas o relaciones que generan malestar o restan energía. Es decir, que suponen una influencia negativa en nuestra vida.
Emilio Salao Sterckx, psicólogo clínico e investigador del Instituto de Salud Pública (ISP) de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), amplía la reflexión sobre las relaciones tóxicas.
¿Existen realmente las relaciones tóxicas?
Las relaciones o las personas tóxicas no existen. Más bien, podemos hablar del impulso permanente hacia la autodestrucción, característico de la vida psíquica del ser humano. También se trata de lo inhabitable que resulta la incertidumbre o la fragilidad a la que nos exponen las relaciones afectivas.
Lo “tóxico” se ha posicionado con mucha fuerza en la cultura popular. Creo que socialmente es la manera de decir: “hay algo en nuestra relación afectiva que nos causa malestar”.
Ahora, ¿por qué digo que no existen las personas o las relaciones tóxicas? Cuando hablamos de lo “tóxico” nos referimos a un elemento externo que invade nuestro cuerpo y lo intoxica o contamina. Pero, pienso que el sufrimiento, la incertidumbre y el malestar son parte de las relaciones amorosas. No son intrusos en nuestra vida afectiva.
El sufrir en una relación, no es algo ajeno a la vida amorosa. Más bien, le es propio porque entran en juego nuestras emociones, afectos y nuestro autoconcepto.
Si observamos las experiencias amorosas del pasado, podemos identificar que el sufrimiento era parte de las relaciones amorosas y tenía manifestaciones.
Hablar de lo tóxico es tratar de moralizar el amor, de afirmar que el amor “es bueno”, pero si es tóxico, “no es amor”. Vale preguntarse, ¿por qué tratamos al sufrimiento, la incertidumbre, el malestar y la nostalgia como si fueran ajenos al amor? Según la socióloga Eva Illouz en la vida contemporánea se ha despojado el lugar del sufrimiento en la economía emocional. Sin embargo, no podemos dejar de sufrir.
Si lo tóxico en el amor no existe, ¿cómo podemos identificar una relación problemática o que pueda presentar algún peligro?
Esta pregunta es recurrente en las consultas psicológicas y es la misma razón que motiva la venta de muchos libros de autoayuda. Ningún manual puede responder esta pregunta porque existe más de una forma de construir la vida de pareja. Cada una tiene su contexto cultural y desarrolla una dinámica propia.
Las relaciones de pareja revelan a las personas aspectos de sí mismos que no conocían. Tal vez, lo mejor que podemos hacer es hablar de lo que nos sucede. Así, descubriremos nuestra propia fragilidad y conoceremos qué nos perturba. Por ejemplo, esa atracción que tenemos con el sufrimiento y lo mortífero.
Insisto en que es importante considerar al amor como algo más allá de lo moral y pensarlo en su dimensión política. Alexandra Kohan dice “lo político no es defender lo bueno contra lo malo, sino involucrarse con pasión en la comprensión del conflicto”.
Entonces, no se trata de entender a mi partener, porque el otro es incomprensible, sino entender nuestra propia forma de hacer vínculos.
En las consultas privadas que manejo, llegan personas que se definen como tóxicas o creen estar en una relación así. En el proceso, muchos pacientes empiezan a cuestionarse su concepción de lo bueno y lo malo, lo tóxico y lo sano. A partir de esas preguntas, se constituye también lo que les resulta aceptable e inaceptable en su vida de pareja.
Esta es una vía para comprender mejor la relación de una persona con el sufrimiento dentro de la relación amorosa. Además, es posible entender cómo sufre y por qué. En resumen, lo que nos permite entender nuestras relaciones es poder hablar de ellas.
Límites en una relación de pareja, ¿existen?
Los límites son necesarios en todas las relaciones sociales, la relación de pareja no es la excepción. Pienso que, si una relación social coarta nuestros derechos y nuestras libertades individuales, es señal de la necesidad de límites.
Quiero acotar que, cuando pensamos en la transgresión de nuestros derechos y libertades, entramos en el campo de la violencia. Esto sí se diferencia de lo que hemos hablado aquí.
Aprender a habitar nuestra fragilidad es parte de la experiencia afectiva, pero la violencia está en el ámbito del poder. La cultura del control y la vigilancia en la pareja, la restricción de la vida social, el feminicidio, entre otras cosas, muestran que las relaciones de pareja también pueden convertirse en relaciones de violencia. El hecho de que hoy en día esta violencia sea más visible es efecto de una gran movilización social. Es importante diferenciarlo de lo que llamamos “toxicidad”.
¿Qué recomendaciones podría dar a los jóvenes que enfrentan cuestionamientos sobre su relación de pareja?
Me llama la atención en las relaciones de pareja actuales la sobrevaloración de los hechos y un empobrecimiento de las palabras. Una de las frases que más escucho en este tema es “los hechos hablan más que las palabras”. Esto sucede en parejas de toda edad.
Te doy un ejemplo. Muchas parejas consienten, hoy en día, la vigilancia unilateral o mutua, compartiendo su geolocalización permanentemente. Esto se relaciona a cómo la mediación digital determina las dinámicas relacionales. Lo curioso es que, aun así, las parejas no logran construir confianza. Esto ocurre porque vivir en el mundo de los hechos y los datos nos vuelve insaciables. Ese es un reflejo del empobrecimiento del lenguaje en su cualidad dialógica.
Nos ayudaría pensar cómo restituir la comunicación. El diálogo nos permitiría hablar más de lo que nos pasa y no recurrir a un manual de relaciones amorosas. El diálogo nos permitiría encontrar más pistas para habitar nuestra fragilidad y entender nuestro magnetismo con la autodestrucción.
Lo tóxico nos obliga a pensar que hay un club de buenas personas y un club de malas personas. Somos mucho más complejos que eso, pues todos tenemos, además de nuestras cualidades, incertidumbres, contradicciones e inconsistencias. Tenemos que aprender a vivir con ellas.
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