Ecuador vive tiempos de incertidumbre. La inseguridad, las tensiones en las relaciones internacionales y las alertas sobre derechos humanos presentan un panorama político complejo. En medio de este escenario, Daniel Noboa, presidente electo, deberá gobernar un país dividido. ¿Qué desafíos enfrentará en el próximo periodo?  

Para responder esta pregunta, hablamos con la Mgtr Ivonne Téllez, especialista en derecho y docente de la Facultad de Derecho y Sociedad de la Pontifica Universidad Católica del Ecuador (PUCE). Junto a ella analizamos algunos aspectos que marcarán la gestión del presidente electo. 

Quiero comenzar refiriéndome al Estado. ¿Cuál es su perspectiva sobre la institucionalidad en el país? 

Estamos ante una situación neurálgica. Una de las principales razones de los problemas que enfrenta el país hoy es la debilidad institucional. Aunque contamos con una Constitución sólida en cuanto a garantías formales, su aplicación es frágil.    

No se puede hablar de democracia sin un Estado capaz de garantizar la independencia de poderes, la transparencia en el ejercicio público y un verdadero sistema de rendición de cuentas. Sin estos tres elementos, el sistema se desmorona. En Ecuador, esa independencia de poderes es más bien difusa.  

Porque cuando el Estado funciona, la democracia se fortalece. Y no se trata de delegarle toda la responsabilidad al Estado, sino de construir un marco funcional que permita que las cosas operen como deben. Eso, en última instancia, es lo que garantiza derechos, fortalece libertades y permite una verdadera convivencia democrática. 

Daniel Noboa ha tenido una relación ambigua con el Estado de Derecho. El desafío para estos cuatro años es respetar el régimen democrático y la institucionalidad, aspectos que deben ir siempre de la mano. 

Pese a los resultados de esta segunda vuelta, ¿Daniel Noboa deberá gobernar en un escenario político polarizado? 

Lo primero que salta a la vista es la polarización, sin duda. Pero lo que me preocupa es el carácter violento que ha tomado esa polarización, no solo desde el plano ideológico, sino como una práctica que atraviesa la cultura ciudadana. La confrontación ha dejado de ser un debate de ideas para convertirse en una estrategia de anulación del otro. 

Esto se vio en los discursos de los candidatos que, en lugar de presentar propuestas o planes de país, se enfocaron en atacarse mutuamente y ese tono beligerante baja a la ciudadanía. Lo que vemos en las redes, en las conversaciones cotidianas, incluso en entornos personales, es un reflejo de esa hostilidad. Ya no se trata solo de estar en desacuerdo, sino de deslegitimar al otro completamente por pensar distinto. 

Esa es la polarización que más me preocupa, la que no construye, sino que fractura. 

Ese resquebrajamiento del tejido social, en términos de derechos humanos, ¿cómo se puede entender? 

Creo que esto se enlaza con un fenómeno global que es el surgimiento de nuevas derechas, el resurgimiento del fascismo. Sobre todo, la forma en que la sociedad responde ante estas expresiones autoritarias.  

Este giro puede estar relacionado con la gestión ciertos gobiernos de izquierda, especialmente en América Latina, marcada por corrupción, ineficiencias y autoritarismo. México, Ecuador, Venezuela, Bolivia, Argentina, Brasil… en mayor o menor medida, han vivido estos ciclos. 

Además, no podemos olvidar el castigo histórico que ha recibido la izquierda en nuestra región. Desde la Guerra Fría, con el Plan Cóndor y las dictaduras del Cono Sur, se construyó una narrativa que satanizó cualquier proyecto alternativo al modelo liberal.  

Ese es otro desafío que tendrá la gestión de Daniel Noboa. Hoy parece que estamos regresando a una lógica de exaltación del individuo por sobre lo colectivo, incluso si eso implica aceptar recortes de derechos para otros. Y eso es muy grave, porque sin sentido colectivo, la democracia está vacía. Porque si no hay democracia, no hay garantías y con ello, tampoco, lo que entendemos por dignidad. 

Por otro lado, una de las principales preocupaciones de la ciudadanía es la inseguridad. ¿Cuáles son sus perspectivas en este tema para el Gobierno? 

Hay enfoques distintos sobre cómo enfrentar la inseguridad. Daniel Noboa ha optado por una estrategia de militarización:  

  • estado de excepción permanente, 
  • declaratoria de conflicto armado,  
  • construcción de cárceles de máxima seguridad y 
  •  extradición de ecuatorianos.  

Esta visión plantea al Estado como un campo de batalla contra el crimen organizado. Sin embargo, este modelo ya ha fracasado en otros contextos. En Colombia, por ejemplo, la política de seguridad durante el gobierno de Álvaro Uribe generó los peores índices de violencia del conflicto armado. Aunque el caso salvadoreño muestra ciertos resultados, lo hace a un altísimo costo en derechos humanos. 

Frente a eso, hay otra propuesta: una seguridad que también se construye desde abajo. El Presidente debería tomarla en cuenta porque no se trata de negar la violencia del crimen organizado, sino de entender que solo con represión no basta. Necesitamos políticas que aborden las causas estructurales como la pobreza y la desigualdad. Tal vez en Ecuador aún no entendemos lo que significa perder la paz social. Pero si seguimos repitiendo fórmulas que ya han fallado, corremos ese riesgo. 

Para finalizar, me gustaría hablar de la política exterior, que no se abordó en los debates. Sin embargo, es un punto importante y más con los movimientos de la geopolítica actuales. ¿Cómo analiza este aspecto? 

Es preocupante que, en un contexto de interdependencia global, los candidatos no hayan hablado sobre cómo se posicionará el Ecuador en el sistema internacional. Ecuador, aunque pequeño, ocupa una posición estratégica y tiene un potencial enorme para la cooperación económica, tecnológica y ambiental. Pero enfrenta una crisis diplomática sin precedentes, como lo fue la invasión a la embajada de México, que rompió principios básicos del Derecho Internacional. Este tipo de acciones afectan gravemente la imagen del país y su credibilidad. 

Hoy más que nunca, necesitamos una política exterior clara y coherente. No se trata de elegir entre China o Estados Unidos, sino de fortalecer las relaciones con todos los actores relevantes, según nuestros intereses estratégicos. La ambivalencia y el desdén hacia lo internacional son irresponsables y peligrosos. 

Daniel Noboa no puede darse el lujo de mostrarse como un gobierno que no respeta normas internacionales. Necesita generar confianza jurídica, política y económica para atraer inversión y cooperación. 

Resumiendo, Ivonne señala que Daniel Noboa, al estar más de un año en el poder, tiene la oportunidad de actuar inmediatamente. Sin embargo, deberá tomar en cuenta algunos puntos neurálgicos para darle mayor estabilidad política al país.

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