La selva es un ecosistema vibrante y rebosante de vida, donde cada criatura cumple un papel esencial en el equilibrio natural. Sin embargo, la intervención humana muchas veces altera este delicado balance. La fascinación por los animales silvestres y exóticos ha llevado a muchas personas a intentar convertirlos en mascotas, creyendo erróneamente que pueden adaptarse a la vida doméstica. Un loro de plumas resplandecientes, un jaguar cachorro de intensas manchas negras o un monito de mirada tierna pueden parecer compañeros ideales, pero la realidad dista mucho de serlo.

Los reportes sobre animales silvestres encadenados y domesticados en casas sigue siendo un tema de debate. En 2021, el Zoológico de Quito recibió a 224 animales rescatados, la mayoría de tráfico y mascotismo. Sin embargo, la cifra se duplicó a 461 en 2022. ¿Cuál es el peligro de convertir animales silvestres en mascotas?

El biólogo Santiago Burneo, especialista en mamíferos y docente de la Facultad de Ciencias Exactas, Naturales y Ambientales de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) explica los riesgos de transformar a un ser silvestre en mascota.

Para entender por qué no se debe convertir a un animal silvestre en mascota, es necesario conocer la diferencia entre un animal doméstico y uno domesticado. Santiago explica que todos los animales, en algún momento de la historia, fueron silvestres. Sin embargo, la domesticación es un proceso que ha tomado miles de años y que se ha basado en la selección de individuos con ciertas características.

“Perros, vacas y gatos fueron adaptándose a la vida con los humanos porque poseían comportamientos sociales que permitían establecer una relación de convivencia. Un animal doméstico responde a un líder, acepta la presencia humana y se ha moldeado genéticamente a través de las generaciones”.

Sin embargo, el experto explica que los animales silvestres, no han pasado por este proceso. “Un loro en la selva es parte de un grupo social complejo, un oso andino recorre grandes extensiones en busca de alimento y un perezoso encuentra refugio en la espesura de los árboles. Cuando se les extrae de su hábitat, se les condena a una vida de estrés, encierro y desadaptación. Muchos terminan con problemas de salud, automutilándose por la ansiedad o mostrando conductas agresivas”, agregó Santiago.

Además, las especies silvestres necesitan alimento especializado que generalmente solo consiguen en su hábitat y el hombre por desconocimiento o dificultad de conseguirlo, no se lo puede ofrecer. Su reemplazo le ocasiona deficiencias nutricionales y por lo tanto enfermedades o la muerte.

Casos como el de la mona Estrellita, que vivió durante años con una familia humana, evidencian un fenómeno recurrente: la humanización de los animales silvestres. “Vestirlos, enseñarles trucos o hacerles parte de la rutina cotidiana no significa que sean felices”, dijo Santiago. Estos animales aprenden a repetir comportamientos a cambio de alimento, pero ello no implica bienestar.

“Un primate, por ejemplo, en su entorno natural socializa con otros de su especie, trepa árboles, busca comida y se enfrenta a desafíos propios de su naturaleza. Al sacarlo de este contexto, se le priva de su identidad biológica”, comentó Santiago.

El problema no es solo ético. El contacto cercano con animales silvestres también representa un riesgo para la salud humana. Muchas enfermedades pueden transmitirse entre especies y la historia ha demostrado cómo virus que antes solo afectaban a ciertos animales han mutado y afectado a las personas. “La zoonosis es un peligro latente, especialmente cuando se mantienen animales en condiciones inadecuadas o se trafica con especies exóticas”, mencionó Santiago.

La idea de tener animales silvestres como mascotas no es nueva, pero afortunadamente, cada vez hay más conciencia sobre su impacto negativo. Sin embargo, el problema persiste y aún es necesario fortalecer la educación ambiental y la aplicación de la ley.

En Ecuador, existen normativas que sancionan la tenencia ilegal de fauna silvestre. La Corte Constitucional (CC) reconoció que los animales silvestres son sujetos de derechos de protección, al formar parte de la Naturaleza. Igualmente, el tráfico de vida silvestre tiene una pena privativa de libertad de hasta tres años, según el artículo 247 del Código Orgánico Integral Penal COIP, y una multa económica de hasta USD 90.000, de acuerdo al artículo 318 del Código Orgánico del Ambiente COA.

Además, organizaciones, centros de rescate y zoológicos trabajan arduamente para rehabilitar y liberar a los animales incautados, pero el daño causado por el cautiverio muchas veces es irreversible.

Para Santiago el cambio está en la educación. Saber que un animal silvestre pertenece a su hábitat y que su bienestar depende de ello es la clave para frenar esta problemática. La conciencia colectiva debería ser suficiente para comprender que cada criatura tiene su lugar en el mundo y que arrebatarle su libertad es un acto egoísta e irresponsable.

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