Daniel Noboa, presidente electo de Ecuador para el periodo 2025-2029, enfrentará múltiples desafíos en el ámbito de la salud pública. Hospitales sin medicinas, citas médicas que demoran meses y corrupción en el sistema sanitario son solo algunas de las urgencias que requieren atención inmediata.

Para entender los principales retos del sector, conversamos con la doctora Karla Flores, coordinadora de la Maestría de Epidemiología para la Salud Pública de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). La experta advierte que no basta con atender lo urgente: el país necesita mirar lo estructural, apostar por lo colectivo y fortalecer la prevención como eje central de su política sanitaria.

Primero, tenemos que entender qué es lo que puede y debe realizar el sistema de salud, partiendo de una Constitución altamente garantista que promete cobertura para todos, en todo momento y por cualquier enfermedad. Sin embargo, esta promesa no tiene un sustento económico real. Allí radica nuestro mayor dilema: recursos limitados frente a necesidades crecientes.

Además, enfrentamos una doble carga de enfermedad. Por un lado, enfermedades infecciosas vinculadas a la pobreza y la ruralidad como el dengue o la desnutrición. Por otro, enfermedades crónicas como diabetes o hipertensión, más comunes en zonas urbanas. Esto requiere una planificación diferenciada y clara desde el tomador de decisiones.

También, tenemos una brecha de personal. Aunque el número de médicos por habitante está cerca del ideal, no todos están dentro del sistema público. Igualmente, hay una gran concentración de especialistas en las ciudades más grandes. Todo esto exige un replanteamiento profundo.

Hay que transformar el sistema de abastecimiento de medicamentos. El actual no funciona. Siempre hay problemas: se cae la compra, no llega el medicamento, o la empresa no entrega en el lugar requerido. Es una cadena con muchos eslabones débiles. Vivimos con desabastecimiento crónico por procesos ineficientes, corrupción y descoordinación entre instituciones. Con cerca de 4.000 unidades de atención, es imposible controlarlas todas si no cambiamos la lógica.

Una opción viable sería un abastecimiento centralizado, que negocie precios y cobertura a escala nacional. Pero esto debe ir de la mano con una planificación real de necesidades: hoy ni siquiera sabemos cuánto paracetamol se necesita en jarabe, gotas o tabletas. Esa falta de información debilita todo el sistema.

Y no se puede dejar de lado la precarización del personal de salud. Hay médicos en formación que sostienen el sistema, pero en condiciones laborales inestables. La formación debe estar garantizada y dignificada. No se trata de eliminar la formación práctica, sino de establecer un modelo justo y funcional.

No es solo una necesidad, es una obligación constitucional. Pero para que funcione, estos programas deben salir del papel y responder a su complejidad. La desnutrición infantil, por ejemplo, no es solo un tema de salud: requiere agua potable, empleo, vivienda, educación. Es multicausal. Mientras no se trabaje de forma intersectorial, los esfuerzos seguirán siendo aislados. Por eso se necesita una agenda articulada, sostenida y no sujeta a intereses clientelares o de corto plazo.

Además, cuando un gobierno cambia, cambian las prioridades. Y si eso se impone sobre las necesidades reales del país, perdemos todos. Así se seguirán construyen hospitales donde hay votos, no donde hay urgencia estructural.

La prevención es mucho más costo-efectiva que el tratamiento. Pero está mal entendida: no es una charla médica en un centro de salud. Prevenir es tener parques seguros, acceso a alimentos saludables, tiempo para almorzar tranquilamente, beber agua en lugar de gaseosas. Y eso no depende solo del Ministerio de Salud, sino de gobiernos locales, educación, urbanismo, seguridad.

La atención primaria debe tener presupuesto, pero, sobre todo, capacidad resolutiva. Que si una persona va por un problema de salud, ese problema se resuelva ahí. Si para una radiografía tiene que ir a otro nivel, esperar meses y luego volver, se pierde tiempo, confianza y eficacia. Eso también debe cambiar.

No es solo tarea del gobierno. Es un trabajo conjunto con el personal sanitario y con la ciudadanía. Requiere volver a creer, no solo en el sistema, sino en el otro.

Debemos replantear el rol del médico de cabecera en las comunidades, fortalecer la atención integral y dejar de pensar en la salud desde lo clientelar. No es que todos deban ser atendidos por un especialista a las 3 a.m. por una gripe. Necesitamos confianza en el primer nivel de atención.

Además, combatir la corrupción es clave. Las grandes compras sin transparencia destruyen la credibilidad del sistema. Si el ciudadano siente que sus impuestos no se traducen en servicios reales, se rompe el pacto social. Volver a creer en el otro, en tu vecino, en tu médico, en tu institución. Eso es lo más difícil, pero también lo más necesario.

Sí. Es fundamental que el gobierno de Daniel Noboa se dé un baño de verdad. Que revise profundamente las estadísticas, que escuche a los técnicos, y que entienda que la salud no se resuelve en silos, sino en red. Que convoque a todos los actores: otros ministerios, gobiernos locales, ciudadanía, comunidades.

La salud pública debe dejar de ser solo una promesa y convertirse en una política de Estado sostenida, pensada desde la vida, desde la equidad y desde la realidad del país.

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