En un escenario de cambios tecnológicos vertiginosos y una economía compleja, la universidad debe transformarse para adaptarse a las necesidades del país y el mundo por el alcance virtual. La lista que describe a un buen profesional en la actualidad va más allá de los conocimientos específicos en su área.
Por un lado, se valora la hiperespecialización en determinadas áreas, la formación técnica en servicios y tecnologías, las habilidades blandas y la interdisciplinariedad. La realidad es que no existen recetas estandarizadas, la formación de profesionales debe responder al contexto del país. La planificación participativa y con miras a largo plazo es fundamental. Así lo señala ingeniero Rafael Melgarejo, decano de la Facultad Internacional de Innovación de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, en colaboración con el Instituto de Artes y Oficios de Francia (PUCE-ICAM).
¿Cree que hay conocimientos o capacidades que deben ser generales de todos los profesionales hoy? ¿Cómo se ha transformado el conocimiento?
Antes, en nuestro medio, para estudiar cualquier materia como física, matemáticas, historia o geometría, dependíamos de un libro guía. Sin embargo, con el Internet y el acceso a una variedad de bibliografías y bibliotecas, el conocimiento es más accesible. Hoy en día, tenemos de primera mano ese conocimiento general y básico. Además, con herramientas como la inteligencia artificial las posibilidades para ampliar y cotejar la información son muy diversas.
Por esta razón, no considero que el conocimiento en sí tenga el mismo valor que antes. Lo realmente importante son las capacidades o, como se les llama ahora, competencias. Dependiendo del interés que tenga una persona en un tema específico, puede adquirir tanto conocimiento general como especializado a través de Internet. El desafío ahora se trata de la habilidad y la competencia de una persona para aplicar el conocimiento de manera efectiva en el mundo real.
¿Llegó la hora de la desescolarización?
América Latina y el Caribe es la región con mayor desigualdad en el mundo. En promedio, el 10% más rico de la población tiene ingresos 12 veces mayores que el 10% más pobres, según el Banco Interamericano de Desarrollo.
Pese a la gran escolarización en todos los niveles, las brechas sociales se acentúan. En ese contexto, la universidad debe adquirir un papel activo con los actores autónomos.
Rafael comenta que libros como Deschooling Society (La sociedad desescolarizada), de Ivan Illich, criticaban el sistema educativo formal desde la década de 1970. Illich sostiene que la educación formal está más orientada a la certificación y el estatus social que a la adquisición y puesta en práctica de conocimientos útiles y significativos.
Frente a ello, con el avance de la ciencia y la tecnología, el autor propone un modelo de educación desescolarizada, donde el aprendizaje sea autodirigido, basado en la experiencia y acceso universal.
¿Usted cómo analiza este aspecto para la universidad?
Esto puede llevar a un enfoque de autoformación, un proceso que es cada vez más accesible y sencillo. Por ejemplo, una empresa puede preguntar a sus empleados sobre sus intereses, como la arquitectura o la computación, y luego proporcionarles los recursos necesarios para aprender a su propio ritmo, incluso mientras duermen.
Entonces, ¿cuál debería ser el rol de la universidad? La universidad debería estar mucho más conectada con la práctica y convertirse en un centro permanente de experimentación o producción, trabajando de la mano con la industria y los actores sociales. Aunque la teoría es importante, el verdadero aprendizaje se da en la aplicación práctica y el discernimiento acerca de las consecuencias observables y posibles. Así, en lugar de enfocarse exclusivamente en la enseñanza teórica, las universidades deberían transformarse en espacios donde los estudiantes y los ciudadanos en general apliquen y experimenten colaborativamente con lo que están aprendiendo. Esto significa convertir a la universidad en laboratorios vivos de aprendizaje.
El concepto de universidad como un centro de formación tradicional, donde se imparten principalmente clases teóricas sin una relación sólida con la industria y los problemas cotidianos, está destinado a desaparecer. Si la universidad quiere sobrevivir, debe transformarse en un espacio dedicado a la práctica y experimentación en laboratorios, estrechamente vinculado con la industria.
En este contexto, ¿la interdisciplinariedad como elemento constitutivo, qué papel juega en la en la educación actual?
Creo que hay una carga ideológica en el concepto de interdisciplinariedad. Aunque como seres humanos podemos aprender de todo, dentro de una organización social ordenada y disciplinada, no es necesario. Es decir, si aspiramos a una sociedad equitativa y organizada, es poco realista pensar que todos tendrán la misma formación. Sin embargo, la participación colaborativa de los actores sociales y la adecuada coordinación de la universidad, potenciarán la producción y la innovación.
Al contrastar la situación en otros países, vemos que no todos los jóvenes están destinados a la universidad. En muchos países desarrollados, los estudiantes son orientados desde la secundaria hacia carreras técnicas o profesionales, según sus intereses y recomendaciones de sus profesores. Esto responde a las necesidades de la sociedad a mediano y largo plazo, donde solo una minoría de personas necesita formarse en múltiples disciplinas, o en forma precisa en la coordinación de acciones de varias disciplinas.
Actualmente, las tecnologías se presentan como una gran oportunidad para el negocio educativo, especialmente relacionadas con la virtualidad. Esto debido a la demanda laboral que tiene el país. Por otro lado, los perfiles interdisciplinarios suelen ser requeridos en industrias y empresas que buscan innovar, incluso en procesos mecánicos, automatizando y optimizando su funcionamiento. Sin embargo, no todos los campos o niveles requieren esta formación sistémica. De hecho, la mayoría de los profesionales o técnicos que la sociedad necesita actualmente en nuestro medio, no encajan en este perfil.
Un aspecto preocupante es el desempleo en el Ecuador y, especialmente, entre los jóvenes. Durante el tercer trimestre del 2023, el 24,1% del total de jóvenes entre 18 y 29 años, no trabajaba ni estudiaba, según el INEC. ¿Qué le compete a la universidad en ese sentido?
El porcentaje de profesionales que ejercen en sus campos de especialización es muy bajo, quizá incluso menos del 10 %. Por ejemplo, muchos ingenieros mecánicos no terminan trabajando en el diseño de productos relacionados con su especialidad. Lo mismo ocurre en medicina: pocos médicos se convierten en cirujanos, la mayoría se dedica a la medicina general o a especialidades que no requieren cirugía.
Este es un tema complejo y la universidad no puede enfrentarlo sola. La responsabilidad recae en un triángulo virtuoso compuesto por el gobierno, la industria y la academia. Estos tres actores deben estar en constante comunicación para asegurar una planificación ordenada y a largo plazo. Sin embargo, en muchos países, las decisiones dependen de la ideología del gobierno de turno, lo que a menudo resulta en una falta de continuidad y en la reinvención constante de políticas sin una planificación sostenida.
Por el contrario, en países desarrollados, se planifica la cantidad de profesionales necesarios en función de las necesidades reales de la sociedad. Para lograr un desarrollo sostenible, se necesita una planificación a largo plazo, independiente de ideologías, que cuente con los recursos necesarios para sostenerse. Sin una visión unificada y un financiamiento adecuado, cualquier plan es insostenible. Es fácil decir que hay educación para todos, pero el reto real es cómo financiar y mantener ese modelo a largo plazo.
Se estima que el 65% de los niños en edad escolar trabajarán en profesiones que aún no existen. Esto según la consultora Scoop Consulting. En ese sentido la innovación en la oferta académica en un país como el nuestro es esencial. ¿Puede comentarnos sobre la experiencia de la carrera de Ingeniería Integral?
El modelo de la carrera de Ingeniería Integral es atípico, pero muy interesante, especialmente para los países del tercer mundo.
Los estudiantes de Ingeniería Integral se enfrentan a una realidad: ¿cuánta industria realmente activa existe en nuestro país y cuántos ingenieros integrales se necesitan? Apenas estamos descubriendo el potencial de este enfoque interdisciplinario y la industria recién comprende su valor. Es un trabajo a mediano y largo plazo, un proceso lento y meticuloso que implica abrir nuevos caminos en el país.
Para ello, es fundamental un diálogo continuo entre el gobierno, el sector privado y la academia. Recuerdo un incidente revelador durante una visita a una empresa. Uno de nuestros nuevos estudiantes preguntó al gerente:
-¿Qué puede hacer un ingeniero integral aquí? El experimentado gerente respondió. -En esta empresa, nos dedicamos a desarrollar soluciones. Las empresas nos plantean problemas, como la sincronización en sistemas de cajeros o la facturación automatizada, y nosotros diseñamos soluciones integrales que pueden tardar años en implementarse por completo. Si hubiéramos tenido un ingeniero integral, la solución sería más eficiente y la pondríamos rápidamente en línea con todas las áreas implicadas.’
Un ingeniero integral no solo comprende el lenguaje del ingeniero eléctrico, mecánico, ambiental o industrial, sino que puede integrar esos conocimientos y trabajar en equipo para construir soluciones completas y adecuadas. Por el sistema dual de la carrera y el grado de interculturalidad, somos un pequeño laboratorio vivo
La universidad debe transformarse y adaptarse a las necesidades del momento. Así, la PUCE sigue llevando procesos de innovación en cada servicio para ofrecer una educación pertinente y que deje huella.
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