El 13 de marzo de 2025, Esmeraldas volvió a teñirse de negro. Un nuevo derrame de petróleo se registró debido a la rotura de un tramo del Sistema de Oleoducto Transecuatoriano (SOTE) en la parroquia Cube, cantón Quinindé. Este incidente afectó a más de 80 kilómetros de cuerpos de agua. Esta tragedia no es un hecho aislado. Se suma a una serie de incidentes similares que han marcado la historia reciente de la provincia, dejando una estela de daño ambiental y reclamos sin respuesta.

Los habitantes ya saben lo que significa un derrame: agua contaminada, pesca paralizada, animales agonizantes, enfermedades y abandono. A pesar de las advertencias de expertos, las investigaciones científicas y las voces comunitarias, los derrames siguen ocurriendo. ¿Por qué?

Conversamos con Eduardo Rebolledo Montalvo, biólogo marino, docente e investigador de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) en Esmeraldas, quien ha estado en territorio evaluando los daños, conversando con las comunidades y advirtiendo sobre las consecuencias ambientales, sociales y estructurales de este nuevo desastre.

“El petróleo es un contaminante orgánico persistente. Cambia el estado químico del agua y con eso, el estado ecológico. Se vuelve tóxica, y toda forma de vida en ella sufre las consecuencias”, explica Eduardo.

En un recorrido el equipo de investigación de la PUCE pudo observar de cerca la magnitud del daño: riberas impregnadas de petróleo, vegetación cubierta que se ve afectada, aves como garzas y gaviotas manchadas, y peces ausentes. “Lo que vimos fue desolador. Tres días sin lluvia hicieron que bajen los caudales y queden expuestas las riberas, mostrando la gravedad del daño”.

Además, recuerda que no solo se afecta el agua: los animales que dependen del ecosistema, como aves: cormoranes, martines pescadores y águilas pescadoras, también se ven impactados. “Todo está conectado. El daño no es puntual, es sistémico” .

Cuando ocurre un derrame de petróleo en el mar o en un río que desemboca en el mar, no todo el petróleo queda flotando en la superficie como una gran mancha negra. Parte de ese petróleo se mezcla con el agua, sobre todo si se usan productos llamados dispersantes, que rompen la mancha y ayudan a que el petróleo se distribuya en pequeñas gotitas por toda la columna de agua (es decir, desde la superficie hasta el fondo del mar) .

Ahí empiezan los problemas:

  • El petróleo disuelto o disperso no desaparece, solo deja de ser una mancha flotante.
  • Al mezclarse con el agua, puede afectar a organismos microscópicos como el plancton, que son la base de la cadena alimenticia marina.
  • También puede llegar al fondo del mar, dañando corales, moluscos, crustáceos y otras especies que viven ahí.

La naturaleza tiene una herramienta: bacterias marinas capaces de degradar o «comerse» partes del petróleo. Pero ese proceso no es inmediato. Según Eduardo, este proceso puede tomar entre 4 y 6 semanas, dependiendo de las condiciones del mar (corrientes, temperatura, oxígeno, etc.) .

Una pregunta clave es cuánto tiempo tomará para que el ecosistema vuelva a la normalidad. La respuesta no es sencilla.

“No hay una línea base productiva. No tenemos estadísticas pesqueras claras ni estudios ecológicos detallados. Sin datos, no podemos saber cuánto tiempo nos tomará volver a la normalidad. Es imposible decir con certeza cuánto demorará la recuperación. Estimo que, como mínimo, tomará seis meses. Pero algunos procesos podrían tardar años”, afirma.

El derrame no solo afectó al ecosistema: dejó sin agua a miles de familias. “La gente está usando el agua que cae del techo cuando llueve”.

Se ha hablado de potabilizar el agua del río Teaone y de buscar pequeños cursos de agua en zonas más altas como el estero El Tigre o el río Camarones. También se está considerando rehabilitar antiguos pozos de agua dulce, aunque muchos están contaminados por años de abandono.

Distribuir filtros portátiles, pastillas purificadoras, sistemas temporales de abastecimiento… son soluciones necesarias ahora. La falta de agua va a generar otras crisis: gastrointestinales, sanitarias, alimentarias”, advierte Eduardo.

Uno de los sectores más afectados es el de los pescadores artesanales. “Solo en el río Esmeraldas calculamos entre 400 y 500 familias que dependen de la pesca. A eso se suman miles en la zona costera: Las Piedras, La China, San Vicente, Camarones, entre otros”.

El petróleo no solo mata peces. Afecta la cadena completa: del pescador que no sale por miedo a perder la inversión en gasolina, hasta la familia que no tiene qué comer o vender. “Vimos a un pescador con una red de más de un kilómetro, de la cual solo sacó tres peces. Su esperanza era pescar 30 o 40 libras. Es devastador”.

El derrame fue provocado por un deslizamiento de tierra, pero Eduardo insiste: “Esto no fue solo por la lluvia. La zona donde pasó el oleoducto ya no tiene bosque. Todo fue reemplazado por balsa y cacao. Cambias la cobertura vegetal y con eso, la estabilidad del suelo”.

Además, recuerda que el sistema de oleoductos se construyó en 1972. “Ya hubo un derrame en el mismo sector en 2018. Hay fatiga de materiales, falta de mantenimiento, transformación del paisaje… esto fue inevitable, fue consecuencia de decisiones acumuladas”.

No sabemos cuántas especies se perdieron porque nunca supimos cuántas había”, afirma con frustración el especialista. La falta de estudios biológicos, de inventarios y de investigación en general es una deuda histórica. “Desde 2018, el Estado ecuatoriano no financia concursos públicos de investigación. Las universidades hacen lo que pueden, pero no alcanza”.

Y concluye con una reflexión que sacude: “Cuando no se investiga, especulamos. No podemos prevenir ni entender si no conocemos. Y si no entendemos, seguimos cometiendo los mismos errores

Este nuevo derrame en Esmeraldas no es solo una crisis ambiental: es un espejo del abandono estructural a la investigación, a la prevención y al territorio. Pero también es una oportunidad para repensar la relación entre desarrollo y naturaleza, para exigir acciones concretas, y para darle a la ciencia el lugar que merece.

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